GACETILLA

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PABLO LASCANO (L. ALÉN LASCANO)

Pablo Lascano

Un precursor de la literatura regional.

Por Luis Alen Lascano

Había nacido en Salavina, tierra de originales perfiles autóctonos y antaño floreciente producción agrícola y comercial, en Agosto de 1854, y a pesar de no corresponderle la primogenitura, se le bautizó con el patronímico familiar, que desde entonces, deslindando los vínculos de sangre, cobraría por él, distinta y permanente relevancia. Pablo Lascano, combatiente político, opositor y revolucionario, parlamentario o funcionario público, diplomático y señor mundano de cautivante distinción, es para nosotros los santiagueños que le buscamos conocer por no haberle alcanzado físicamente, algo distante de todo eso, que sin ser más aquello, en el conjunto totalizador, confiere a su figura dentro de la cronología y no lejos de las valoraciones, el rol fundamental de iniciador y fundador de nuestra vida intelectiva; porque Pablo Lascano, nada más y  nada menos; es quien inaugura como acto consciente y personalmente heroico de una vocación premonitoria, la faena literaria, en lo que hasta entonces era actividad virgen y hoy puede considerarse, autónomamente, calificada historia de las letras santiagueñas.

Verdaderamente sólo dos grandes escuelas formativas nutrieron su personalidad, pero con tan formidable y sentimental adhesión una, y tan dispar, errante y necesitado ejercicio la otra, que de ambas extrajo las dos grandes esencias de que constaban su carácter y su cultura. La primera, fue la del hogar, donde conoció el cultivo moral que dio rigidez insobornable a su conducta y fue preparado en los cánones de una educación desgraciadamente interrumpida por azares económicos, bajo el ejemplo permanente de sus dos mejores maestros: don Pablo Lascano padre, y su hermano mayor Manuel que dejó una huella imborrable en toda su vida.

La segunda gran fragua modeladora la constituyó el periodismo, que desde antes de los 20 años comenzó a ejercer como acuciante necesidad de expresarse y sacerdocio espiritual, mas que metódica profesión o vehículo proselitista; y antes que entrar a hablar de la obra impresa concreta que nos ha legado Lascano, tendremos que detenernos en estos dos especiales y confluyentes aspectos suyos que tanto explican sus posteriores inclinaciones, pues sin ello, tampoco podríamos interiorizarnos de las fuerzas gravitantes en su obra.

Ambulando por La Rioja y por las provincias vecinas, su fama y sus amistades fueron creciendo parejamente, hasta que reclamado en Buenos Aires aportó con su pluma en las lides metropolitanas, donde conoció a Sarmiento y a su lado, actuó como Secretario suyo en la Comisión Popular de ayuda a las víctimas del cólera, ganando su confianza y compartiendo su intimidad. En esos días comenzaron a ver luz en el periodismo, las primeras semblanzas, escritas como homenaje a la amistad, en forma de “medallones” sobre condiscípulos, amigos o políticos de su afecto, y en las que hacía resaltar las características más singulares de cada personalidad con gracia anecdótica a la par que valoración de méritos o talentos. Esto explica que versen sobre ejemplares no santiagueños del todo, aunque Lascano, emigrado de su tierra llevaba consigo ese “paisaje espiritual” que alentaría su autenticidad y sobre el que volvería en los temas inmediatos.

Llegarían como ecos extraños, en la tranquila fisonomía de sus habitantes, los comentarios que desde Buenos Aires hablaban de “Siluetas Contemporáneas” y los primeros ejemplares se exhibirían entre la curiosidad y la indiferencia de los demás, pero también, el estímulo confortante de algunos escogidos. Impreso por la casa Jacobo Peuser, en volumen de 343 páginas, no nos ha sido posible determinar la cantidad a que alcanzó su primera y única edición, de 1889. Las prensas locales, pocas e insuficientes, apenas cubrían las necesidades de periodismo o las hojas impresas, casi siempre políticas. De ahí que el mérito de este libro, corra parejo al de su edición, en aquellos tiempos, con la halagüeña advertencia  preliminar que firmaban sus editores, donde se aclaraba: “Bajo el modesto título de “Siluetas Contemporáneas”, el autor ha reunido en páginas fáciles y abundantes, colores o notas que tienen un interés dramático a la par que histórico y sociológico. Cuando estudia un carácter, al punto aparece una costumbre, una situación especialísima de los hombres y cosas de este país, y con una franqueza sólo comparable a la sinceridad que le anima, fija los jalones para que los otros cultiven más tarde en los surcos de los terrenos por él explorados, la vida argentina en sus múltiples faces”.

En las “Siluetas” como es lógico, campea la valoración personal por el hombre, no abstractamente considerado, sino como sujeto activo de la comunidad y la historia, con sus alegrías, sus dolores y sus grandezas. Vibra ese humanismo individualista, que como herencia carlyleana, nos retrata actores, en grande o pequeña escala, de la epopeya vital a través de los tiempos; convertidos en palancas motrices de la evolución, y que para Lascano se pinta en la sobriedad de pocos trazos, sea humilde o famoso el agraciado. Desfilan sucesivamente los primeros compañeros de la juventud, las figuras relevantes nacionales, los personajes típicos del ambiente santiagueño y algunos personajes del pasado provinciano, en episodios de relieve tradicional en la anécdota lugareña, sumando un total de 24 capítulos, sin prelación sistematizada, con el órden que les adjudicamos nosotros.

Dentro de la primera categoría, sobresalen las que dedica a Luis Ponce y Gómez, Alejandro Vieyra y Julio Lezana, donde la gracia retozona de la mocedad se une a la calidad anecdótica que lleva a grave elocuencia en ocasiones trágicas y solemnes. Entre las segundas, las de Avellaneda por su justa valoración, la de Sarmiento, por la sencilla intimidad con que revela aspectos desconocidos de sus hábitos domésticos retratados con escorzo con sus costumbres familiares ignoradas por la idolatría póstuma y que por serle tan accesibles le hacen buscar en la silueta “el otro”- chez lui- Sarmiento; la del Dr. Manuel Lucero, Rector de la Universidad de Córdoba, cuyas discusiones parlamentarias, reformas educacionales y proverbial caballerosidad, están matizadas con una fina ironía que conmueve elegantemente por la vivacidad del cuadro; y la del don José Posse, una institución tucumana “el único” que tuteaba a Sarmiento, con quien eran “hermanos siameses en ideas, en temperamento literario, en genialidades”.

Salvo algunos condiscípulos de la infancia santiagueña que ocupan los primeros lugares, hasta aquí las “Siluetas” pudieran también llevar la firma de cualquier escritor de plástica habilidad para el buril por la universalidad de los momentos, sin definir aún a una literatura genuinamente local. Pero de improviso, los cuadros cambian con vivos contrastes y aparece frente a las pupilas, toda la expresividad soterrada del alma provinciana, expuesta con despreocupada sencillez por vez primera, y comienzan a desfilar los cuadros regionales, con fuerte impregnación del paisaje natal. Lo más interesante de esta parte verdaderamente nuestra de las “Siluetas” es que ellas se dirigen sin afectación ni falsa conmiseración hacia las vides humildes y los temas socialmente menospreciados de aquella época, para extraer de todo eso, con hábil pintoresquismo, las mejores descripciones del libro.

La imagen de “la negra Manuela” revendedora del Mercado de su manumisión de la esclavitud y víctima de las picardías infantiles, es una reivindicación al trabajo infatigable con que el elemento de color contribuyó en nuestra primera sociedad. La de Julicho “el ciego de Millij” mendigo callejero que junto a su ingénita pobreza guardaba en el fondo de su excelencia espiritual, la firme lealtad a sus ingenuas convicciones políticas por el partido “alcortista”, demuestra sobradamente como hasta las más ínfimas secciones de nuestra masas populares conservaban con lealtad su preocupación por el destino de las comunidades, con un antioligárquico concepto de la misión y representatividad gubernativa, que la larga incumbencia popular en el viejo régimen federal había sedimentado en el carácter de todo nuestro pueblo sin exclusiones. El capítulo se presta a la meditación sociológica, en los rasgos vitales que todavía no ha perdido el santiagueño autóctono, que como éste, antepone el ideal y la consecuencia a todo interés, pues como se expresaba: “gratis et amore se desgañitaba echando abajo a los que reputaba sus adversarios políticos. A don Bartolo, por ejemplo, lo ha muerto ciento y una vez, pues no le perdonó nunca el triunfo de Pavón”, lo que si bien era un reflejo de la protesta interior por la subordinación en la que habían caído nuestras regiones ante el centralismo, era también un índice de sensibilidad y advertimiento político para con los hombres responsables del nuevo órden.

El “maestro Bonifacio” viejo barbero de Santiago se nos aparece con su ruda franqueza, reclamando la benevolencia de los parroquianos “que aún recuerdan la sangre que perdieron al contacto con su cruel navaja”; y por último, Francisco Lares, alias “el negro Sina- Sina” chasque, mandadero y cantor de almacén, que “haciendo un número de 4 de sus luengas piernas, cantaba un triste con infinita delicadeza”. Esa estampa, verdaderamente antológica, nos reservaba otra sorpresa: Lascano refiere una aventura casi mitológica del protagonista y concluye explicándola con audacia anticipada, haciendo gala de razonamiento lógico digno de la más adelantada premonición científica moderna. Mientras Sina- Sina repicaba en la antigua Catedral para la procesión tradicional de la Virgen del Carmen, su fervorosa devoción lo lleva a inclinarse demasiado en la baranda del campanario y caer de ella, entre el pánico general. Más, restablecida la calma, los feligreses contemplan asombrados que la víctima ya dada por muerta, se levanta del suelo “contando a los que le rodeabanque podía bailar un gato zapateado… (y) más tarde el negro solía decir que cuando se sintió en el aire…hizo promesa… en nombre de la Virgen y que a eso se debía la integridad de sus costillas”. Lo menos que sed ijo allí, fue que milagro tan notable patentizaba fehacientemente el poderoso influjo de la Virgen, pero don Pablo se propone concluir con sus inquisiciones en busca de la verdad del episodio, y entonces apunta en tono precursor: “Lares estaba de poncho el día de su caída. Naturalmente, como el viento era recio, tomó al sujeto en circunstancias favorables convirtiendo al poncho en un excelente paracaídas y he aquí, explicado a la luz de la ciencia el fenómeno. Y desde entonces el joven pasó a la leyenda, y el hecho corrió de boca en boca, multiplicando devotos”.

Finalmente, la obra se adentra en algunos episodios tradicionales de la historia provinciana y emparenta la prosa del autor con las mejores inspiraciones narrativas de los “Retratos Históricos” de don Vicente Fidel López, por la intimidad sin dramatismo de las escenas y ese sabor de convivencia y frecuentación natural en que se mueven los personajes cercanos a nosotros. Así nos enteramos de las peripecias desgraciadas del francés Miguel Sauvage, boticario en la época de Ibarra y fusilado por falsificación de nuestra “moneda ibarrista” luego de haber intentado sin éxito el asesinato del Caudillo- Gobernador.

Así, también, detrás del romántico ejercicio médico del Dr. Sabino O’ Donell, somos interiorizados de la sociedad tucumana del año 40, “que después de Lima atraía con fuerza irresistible” por la belleza femenina y su generosidad amatoria, desde donde vino a anclar en Santiago aquel curador aventurero de corazones y percances.

La invasión unitaria de don Javier López a Tucumán en 1836, le sirve para describirnos las desventuras de uno de sus lugartenientes el comandante Balmaceda, que reclamado por Ibarra para saldar viejas deudas, terminó en el suicidio cuando fue deportado a Matará sumido en crueles padecimientos, y de paso, la reconstrucción se anima con la presencia del general Alejandro Heredia “doctor en ambos derechos” a quien, no es ociosos decirlo, conocía por la tradición familiar, pues fueron compañeros de estudios en Córdoba con don Francisco Javier Lascano, abuelo de don Pablo, a quien acogió brindando asilo cuando debió huir después, de la persecución de Ibarra, y el que transmitió a los suyos las muestras de aquella gratitud, junto con el justiciero juicio re- valorativo.

Con esta última parte finaliza este breve análisis de las “Siluetas Contemporáneas” para su ubicación actual en nuestra literatura. Obra de popularidad descriptiva, si cabe decirlo, sobrevivirá no sólo por su ubicación cronológica, sino también, debido a sus imágenes regionales que instrumentan y dan expresión al sentimiento y al paisaje vital de aquel Santiago. Con ella se inicia nuestra actividad intelectiva constante, y es digno señalarlo, que corre a su lado, en pareja genealogía, la presencia y la urgencia social que en ella palpita, con la bonhomía convencional de su época; pero denotando la cultivada aunque inmadura preocupación terrígena y popular que alienta la vida de Pablo Lascano, en demostración de que, ello no fue obstáculo nunca a la formación humanista clásica en estudiosos como éste, que al tecnicismo de su dominio estilístico agregaba el culto sentimental por las cosas del diario vivir provinciano, y se valía de esa aleación para la forja artística capaz de hallar siempre la veta de nobleza en los temas que acogían la humildad sencilla de nuestros bienes sedientes.

La militancia política que complementaba esta faceta de su personalidad, le sustrajo del quehacer intelectual para sumirlo, siempre con suerte adversa, en el torbellino pasional de aquellas horas convulsas. Interrumpida la creación del espíritu de manera consagratoria, perdimos al escritor para ganar al estadista de infructífera lucha, y solo en los días finales, ya retraído del vivir político al ser superada su vieja época por la democracia que renacía con otras direcciones, intentó volver a la faena creadora dando vida a nuestra novelística, pero ya cuando la fuerza se le escapaba de la pluma.

No obstante, en todas estas actividades, sacudió la medianía ambiente, para enaltecerse con su talento, y así, cuando es elegido candidato a Gobernador en 1912 presenta el primer y concreto programa de gobierno, adecuado a las necesidades económicas y a la reconstrucción hídrica y demográfica de Santiago que denotaban su caudal práctico de capacidades en una era de improvisadores, para la gobernación, malogradas por la derrota con que le victimaron los círculos oligárquicos del poder. Antes, cuando como Ministro de Gobierno preside las ceremonias conmemorativas del centenario del Coronel Lorenzo Lugones, enfrenta los formulismos protocolares y desde la tribuna inicia la reivindicación histórica del precursor y mártir de nuestro federalismo interior, Teniente Coronel Juan Francisco Borges, cuyo reconocimiento en la posteridad destruye los prejuicios facciosos del pasado. Luego, difunde en una conferencia de enjundiosa desde Lisboa, el potencial argentino en su desarrollo del primer siglo independiente, en 1910, y la tribuna europea le vale su entrada a la Sociedad Académica de historia Internacional que le hace miembro de ella, o estudia y propone una planificación adecuada para extraer los mejores beneficios del comercio argentino- portugués; y siempre, cualquiera fuese su actividad, en ella deja impresos los rastros de su espíritu superior, elevándola a la dignidad a la altura de su propio nivel intelectual.

Si Pablo Lascano no alcanzó a publicar más tarde, otra obra literaria orgánica, practicó en cambio, entre cada descanso que le permitía la militancia política, este otro tipo de labor intelectual, la que brinda el periodismo, no menos importante ni digna para el creador que lleva dentro un mensaje que transmitir, aún robándole tiempo al tiempo.

De la primera época referida, data su articulo costumbrista “Trajes y colores”, su ingeniosa introducción al “Almanaque Humorístico” de Daniel Soria en 1899, y su semblanza de “Luli Becerro” popular personaje del pasado, cargado de filosofía barata, descendido a motivo de burlas y que en la misma línea de su emoción correctora le hace exclamar: “A Luli le han cambiado todo, hasta el nombre de Lorenzo Santillán, lo han convertido en Luli Becerro; de comprador de frutos en regular escala, en vendedor de gallinas y cabritos que adquiere entrándose subrepticiamente en las casas o invadiendo los apriscos en las horas de las sombras densas; de hombre serio en algo risible y payasesco… y anda por ahí, en nuestras calles y plazas, ofreciendo el tristísimo espectáculo de la decadencia. La sociedad, el medio ambiente, tiene una principal colaboración en estas dolorosas mutaciones de la especie humana. Luli es tal vez, víctima del egoísmo o de la imbecilidad de los pueblos”. Es la misma docencia expresiva que a través de la literatura, servíale para deducir siempre la moraleja oportuna o el disconformismo social.

Al segundo período corresponden las páginas compiladas en 1927 por el Dr. Víctor Lascano, en el libro póstumo “Discursos y Artículos”, donde aparecen, entre otros, “La Chola Tucumana”, evocación y despedida de este original tipo racial que alegró los campamentos con la ligereza de su genio y que desaparecía “corrida por el progreso, por los ferrocarriles y las escuelas normales que modelan de otro modo el alama de las generaciones”; “En el país de los Tucus”, descripción de alto valor estético sobre la belleza del paisaje nocturnal santiagueño donde la inspiración literaria corre pareja a la hilación narrativa; “La lucha por el agua” visión dantesca del padecimiento de nuestros pueblos donde la sequedad de la tierra es tan viva que empolva nuestra emoción con la energía del relato, escrito con humanizado realismo; y “La Loretanita” figura de humilde rango a quien la belleza del retrato ennoblece con mística ternura por su contraste doloroso con el progreso mecánico que le es ilegible a su ingenuidad aniñada y campesina.

En estos relatos, como en todas las producciones de Pablo Lascano, el motivo central de sus temas, está dado por el relieve con que surgen a la efusiva exhibición del lector, las vidas anónimas y modestas, pletóricas de generosidad en sus rasgos, y elevadas más allá de los recursos del oficio, por la espontánea maestría de la pluma. Fue el cantor y el cultor del valor nativo, ascendido del pintoresquismo efectivista y satirizante, a una dimensión plástica ecuménica y a una jerarquización social eminente.

Lo notable de esta sección de los “Discursos y Artículos” es la incorporación de lo que pudo haber sido su mejor obra. Una novela de tinte histórico que titulaba “JUALLO” y que buscaba evocar las vicisitudes pobladoras de los colonizadores fundacionales llegados a la vieja villa de Salavina en el siglo 18, con sus afanes progresistas y productivos capaces de convertir a la región en próspera zona de los cultivos exportables del trabajo agrario provincial. Se fundaba para ello en viejas leyendas familiares, pues sus antepasados habían pertenecido al núcleo originario de Salavina, que fue cuna de su mismo nacimiento y estaba enclavada en lo profundo de su corazón.

Desgraciadamente su enfermedad y luego su muerte en 1925 impidieron la continuidad de su trama novelística y quedaron esas páginas iniciales y fragmentarias  que su hijo el Dr. Víctor Lascano rescató del olvido y nos hizo conocer en ese libro póstumo. Y debemos recordar asimismo que por iniciativa del mismo Dr. Lascano se editó en 1970 una última publicación de los escritos de Pablo Lascano titulada “Mis Bosques” que tuvimos el honor de prologar con un exhaustivo estudio de la vida y de la obra del autor. Eran según su subtítulo “Cuadros y Tradiciones Solariegas”, en el estilo de sus “Siluetas”, con vívidas pinceladas  sobre los viajes en mensajerías, el melero, el pintor Felipe Taboada o una evocación del clérigo de las misas y el viejo de provincia. De tal modo no le abandonó su vocación literaria y quedó a salvo de los ajetreos de su vida política, marcada siempre con signo adverso y una sentida premonición democrática. Ocupó tres veces el Ministerio provincial, en los gobiernos de Luis G. Pinto, Maximio y Adolfo  Ruiz, Senador Nacional electo en 1892, Presidente del Consejo de Educación en 1893, Diputado a la Convención Reformadora de la Constitución Nacional en 1898, Secretario de la Junta Gubernativa en la revolución santiagueña en 1892, Cónsul argentino en Lisboa en 1910, candidato a Gobernador por el Partido Demócrata en 1912, Presidente de la legislatura y Gobernador interino en 1883, y funciones docentes, culturales, periodísticas y sociales en aquel Santiago, pero por sobre todo lo enaltece y confiere perdurabilidad el haber sido precursor de nuestra literatura regional con títulos indiscutibles que le confieren inmortalidad.

ORESTES DI LULLO (P. BOLETTA)

Orestes Di Lullo

 Pedro Enrique C. Boletta

Orestes Di Lullo ha sido un hombre ilustre que se destacó en distintas áreas de las ciencias y la cultura y en su accionar ha prestigiado a su provincia natal, lo cual debe ser exhibido con orgullo por los santiagueños y tomarlo como un modelo para ser transmitido a la juventud santiagueña, para que ésta, lo tome como un referente a emular en sus vidas.

Orestes Di Lullo nació el 4 de julio de 1898 en Santiago del Estero y falleció el 28 de abril de 1983, a la edad de 85 años.

Los estudios primarios los realizó en la Escuela Normal de Varones que estaba localizada en la Avda. Roca frente a la Iglesia de San Francisco, fue alumno de una destacada educadora la Srta. Antonia Marcos y condiscípulo de Ramón Gómez Cornet quien fuera durante la  trayectoria de su vida un destacado pintor[1].

Los estudios secundarios los cursó en el colegio Nacional de Santiago del Estero, en la actualidad Absalón Rojas, del cual egresa como bachiller en el año 1916.

Ingresa en 1917 a la Universidad Nacional de Buenos Aires en la Facultad de Ciencias Médicas, de la cual egresa en el año 1923 con el título de Doctor en Medicina, especializado  en Dermatología y Sifilografía, con una novedosa tesis doctoral titulada  “El Paaj: una nueva dermatitis venenata” en la cual detalla en sus estudios  los efectos que provocaba el denominado Mal del Quebracho, que causaba endemias generalizadas entre los obreros de la actividad forestal. En la Facultad de Medicina fue alumno de destacados Profesores, entre ellos Salvador Mazza, Mariano R. Castex, Pedro Escudero, Pedro Chutro y Ricardo Finochietto, entre otras eminencias de la medicina nacional de ese entonces. Es importante destacar que el Doctor Salvador Mazza fue el que lo alentó y estimuló para que escogiera un problema regional para el desarrollo de su tesis doctoral  y quien lo dirigiera en el desarrollo de la misma.

Con el título de Doctor en Medicina regresa a su Santiago natal y participa en el año 1925 en la fundación de “La Brasa”, en cuyo manifiesto fundacional propone ser “un centro de actividad espiritual”[2].

En el año 1926 es designado médico interno de sala en el Hospital Mixto de Santiago del Estero.

En 1927 contrae nupcias con Doña Blanca Uriondo, de cuyo matrimonio nacen dos hijas, Marta Susana y María Eugenia[3].

Antecedentes  en el ejercicio de la actividad desarrollada en el campo de la medicina:

En 1928 con la aparición de una epidemia de peste bubónica en la provincia presenta un plan de lucha antibubónica elaborado conjuntamente con los médicos Eduardo P. Archeti y Enrique Canal Feijóo, para ser puesto en consideración del gobierno de la provincia.

Desde 1927 participa de las reuniones anuales de la Sociedad Argentina de Patología Regional del Norte, presentando en las mismas los casos de las observaciones realizadas sobre la etiología del “Paaj” provocado por el quebracho colorado. En forma sistemática y hasta 1933 participa de las reuniones que en cada provincia se llevaba a cabo mediante la entidad citada y publica en los volúmenes respectivos los estudios que llevó a cabo sobre la Spiroquetosis de Castellani, la Dermatitis ocasionada por el látex de la higuera, la acción cáustica de las hojas del Loconti y el tratamiento antipalúdico con extracto de Quebracho Blanco, contando siempre para estas investigaciones con la dirección del Dr. Salvador Mazza. Las valiosas investigaciones aportadas por Di Lullo, le permitió adquirir preponderancia científica entre los médicos del interior argentino.

En el año 1929 en una publicación independiente publicó La medicina popular en Santiago del Estero. En 1935 publica un libro sobre “La Alimentación popular de Santiago del Estero, prologado por el Dr. Escudero.

            En 1930  por los aportes realizados en las ciencias médicas es designado miembro correspondiente de la Academia Nacional de Medicina.

Di Lullo y sus aportes  en el Folclore

Recorrió toda la provincia para poder registrar,  recopilar y para impedir la pérdida de las tradiciones populares. Este trabajo de campo le permitió recuperar y salvar del  olvido coplas del cancionero santiagueño que los pobladores la tenían guardadas en sus memorias. En la realización de este trabajo fue alentado por el Dr. Ernesto Padilla desde la Universidad Nacional de Tucumán, quien también estimuló en otros trabajos similares a otros escritores en las provincias norteñas vecinas. El trabajo desarrollado sobre el folclore queda plasmado en la publicación titulada “El cancionero popular de Santiago del Estero”, en 1940; “El folclore de Santiago del Estero, en 1943; “La medicina y la alimentación, en 1944; “Contribución al estudio de las voces santiagueñas”, en 1946 y en una obra póstuma titulada “La razón del folclore”, en 1983.

Contribuciones a la historia del pasado argentino y regional

            La investigación de la historia del pasado argentino y regional lo dejó documentado a través de varias publicaciones entre las que merece citarse las siguientes:

            “La agonía de los pueblos”, en 1946.

            “Santiago del Estero Noble y Leal Ciudad”, en 1947.

            “Reducciones y fortines”, en 1949.

            “El General Taboada”, en 1953.

            “Viejos pueblos”, en 1954.

            “Caminos y derroteros históricos en Santiago del Estero”, en 1959.

            “Figuras de Mayo en Santiago del Estero”, en 1960.

            “Un cuadro de la prehistoria santiagueña”, en 1965.

            En 1991 se publica una obra póstuma prologada por el Profesor Luís Alén Lascano titulada “Santiago del Nuevo Maestrazo”.

Desempeño en la actividad Política

Incursiona en la política en el año 1930 y en ese año es electo Concejal para el desempeño de esa función en la Municipalidad de Santiago del Estero, incorporándose en el Consejo Deliberante el 30 de abril del año citado, cesando en esas funciones el 6 de septiembre del mismo año, como consecuencia de la Revolución Militar que interrumpe la continuidad democrática.

            En 1931 es candidato a Diputado Provincial, por el Partido Provincial Reformista.

            En 1938/39 es elegido Diputado Constituyente a la VI Convención Reformadora de la Constitución de la provincia de Santiago del Estero. En las sesiones de la reforma de la Constitución se destacó por sus encendidos discursos acerca de la defensa de la enseñanza católica en las escuelas y esto motivó que tuviera una gran repercusión en la opinión pública de la época. Esta es la última actividad política que desarrolló, dado que, se retira de la misma como consecuencia del incumplimiento de la promesa gubernativa de defender la enseñanza libre.

            El General Uriondo jefe de la casa militar le sugiere el nombre de su cuñado Di Lullo al General Perón para la nominación de su candidatura  a Gobernador de Santiago del Estero, por sus dotes intelectuales y de su trayectoria profesional, a pesar de que el General Perón no era afecto a este tipo de perfil para estas funciones, no obstante ello, el  Perón lo convocó a Buenos Aires y  le ofreció que fuera su candidato a Gobernador, la que fue aceptada por Di Lullo[4]. Di Lullo regresa a Santiago del Estero y comienza a hablar a personas de prestigio y de  colaboradores de su confianza  para formar su futuro gabinete y a elaborar la lista de candidatos a legisladores. Mediante un cable del cual toma conocimiento en la redacción del diario El Liberal lo sorprendió la noticia de que el Consejo Superior partidario había nominado para todos los cargos  a personas sin su conocimiento y conformidad de su parte. Según Maidana (2009) lo recuerda en el diario El Liberal rodeado por personal de la redacción con su rostro tenso leyendo el cable, comenta que no dijo una sola palabra, pero la humillación a la que fue sometido fue superior a lo que podía aceptar desde que había aceptado ser candidato de Perón. Por ello, sin dudar envió un telegrama renunciando a la postulación que le fuera ofrecida. Este hecho lo pinta al Dr. Di Lullo como un hombre integro que poseía una gran autoestima, de firme principios éticos, en la cual primó la dignidad por encima de la disciplina y la obediencia[5]. Como consecuencia de ello, la Provincia se vio privada de contar con un posible gobernador de lujo y de haber tenido otra historia de gobierno de la misma, dado que el Dr. Di Lullo conocía muy bien a su Provincia, por haberla recorrido y tomar conocimiento en el terreno de sus necesidades, potencialidades productivas para el desarrollo, idiosincrasia  y acerbo cultural[6].

Actividad desarrollada en el área de las Letras

            * Publica en 1947 una comedia dramática en tres actos titulada “Hermanos”.

            * En 1957 escribe sobre temas lingüísticos de “Lo popular en el Quijote de la Mancha”.

            * En 1961 publica “Elementos para un estudio del habla popular en Santiago del Estero”, entre otros escritos y varios libros terminados que quedaron inéditos a su muerte[7].

Obras  fundadas, Distinciones Académicas y premios obtenidos  

Fundó y organizó el Museo histórico de la Provincia de Santiago del Estero en el año 1940, siendo su primer Director desde su inauguración hasta el año 1945, renunciando en ese año ante  el nuevo Interventor Federal.  El mismo Interventor  Federal que había aceptado su renuncia lo designa nuevamente en 1945  para desempeñarse como director del Museo y permanece en esta función hasta 1967. La obra y trayectoria desarrollada en el Museo,  mereció que al mismo  se lo nomira con su nombre.

En 1953 fundó el Instituto de Lingüística y Arqueología de la Universidad Nacional de Tucumán, con sede en Santiago del Estero, ejerciendo su Dirección durante 20 años. Con la creación de la Universidad Nacional de Santiago del Estero (UNSE), este Instituto en 1975, pasa depender de esta  nueva Universidad.

El Dr. Di Lullo dictó la conferencia inaugural de las actividades del Instituto Universitario San José y fue uno de los que bregaron y apoyaron  la fundación de la Universidad Católica de Santiago del Estero (UCSE). Al inaugurarse el edificio destinado a la biblioteca de la UCSE, se la bautizó Dr. Di Lullo para destacar su trayectoria y para que sirviese de ejemplo para continuar transitando por el camino por él trazado[8].

Miembro correspondiente en Santiago del Estero de la Academia Nacional de Historia, designado en 1965.

Miembro correspondiente en Santiago del Estero de la Academia Nacional de Medicina, designado en 1966.

Miembro correspondiente en Santiago del Estero de la Academia Argentina de Letras, designado en 1966.

La tesis del “Paaj” fue premiada con el Primer Premio Municipal de Ciencias en Santiago del Estero, en 1930.

Primer Premio Regional de Folclore otorgado en 1945, por la Comisión Nacional de Cultura, Zona Centro.

Obtiene en 1962 el Primer Premio Regional de la Dirección General de Cultura de la Nación. Zona Centro.

En forma resumida se ha detallado las partes más destacada de la vida y obra del Dr. Orestes Di Lullo, pero quien ocupa el sitial que lleva su nombre quiere citar de una forma muy especial la excelente  publicación de “El bosque sin leyenda, ensayo económico-social”[9], en la cual describe en forma minuciosa la vida que transcurría en los obrajes  y la sacrificada vida de los hacheros en el bosque santiagueño. En esta obra se refiere en la forma que el bosque era desvastado, y las distintas labores que el hachero hacía en la explotación forestal (el talado, rodeada, etc.) y como era esquilmado  en su salario en dos vías por el pago con vales  y que tan solo podían ser usados en la proveeduría del obrajero en la cual éste hacía su agosto cobrando valores muy superiores a lo normal por los productos que suministraba. En esa obra también muestra su preocupación en forma implícita de  la ecología al hacer referencia a la degradación del bosque, que era aprovechado en forma irracional sin tener en cuenta el ecosistema como un todo y su capacidad de  recuperación. En este libro describe al  obrajero extrayendo los productos del bosque como  si se tratase de una explotación minera y no como un recurso natural renovable, dado que, a éste solo le interesaba la obtención del  máximo  lucro en  el momento, sin considerar el legado que se le debe dejar a las generaciones futuras.

Consideraciones finales acerca de la trayectoria de Di Lullo

            Analizando la labor desarrollada por Di Lullo podemos apreciar al médico aplicado e investigador, que según Maidana (2009), estudió medicina por haberle prometido a su madre en su lecho de enferma que estudiaría esta carrera. Luego surge su interés por el Folclore de tierra adentro y a desentrañar a través de ello los sentimientos del hombre del interior provincial. Cuando se dedica al folclore y a la historia prácticamente abandona la medicina, para dedicarse de lleno a estas nuevas actividades, que reparte entre la organización del Museo Histórico, el Instituto de Lingüística y a dejar por escrito sus investigaciones sobre estas temáticas.

            Maidana (2009) lo recuerda como un hombre pulcro en su vestir de acuerdo a la usanza de la época y que emanaba de su persona por su sola presencia respeto. Modestamente debo confesar que coincido con Maidana, dado que a fines de la década de los años 70 del siglo pasado en oportunidad de visitar al Arquitecto Carlos M. Gómez Alvarez en Villa la Punta, caminando por la Villa nos encontramos con Di Lullo y fuimos presentado por Gómez Alvarez, la impresión que  me causó fue de un hombre de fuerte personalidad y que su persona infundía respeto

MAXIMIO S. VICTORIA (M. A.VICTORIA)

POR LOS CAMINOS DE MAXIMIO SABÁ VICTORIA

María Adriana VICTORIA*

No conocí al “tío Maximio”, como solía referirse mi padre (Manuel José Victoria), a quien admiraba. Pero sí sé, de su pensamiento y obra, tanto por él, como por su propio hijo (Marcos) y  otros educadores e historiadores, lo cual me permite, en parte, reconstruir su vida.

Nació en Villa Graneros, provincia de Tucumán, el 2 de diciembre de 1871, en “una aldea colorada” como lo señaló el propio Maximio[1], población cercana a La Cocha, antigua parada de carretas y diligencias que unían Córdoba a Tucumán. El llamado camino real, que conducía hacia Bolivia al norte y hacia Córdoba al sud. Hijo de Marcos y Tadea Correa, tuvo varios hermanos: Marcos, Agustina, Gerónima, Crecencia, Ofelia, Vidal, Rita, Rosa y el inseparable Manuel José (luego Ingeniero Civil, mi abuelo). Maximio  falleció en Buenos Aires, el 24 de junio de 1.938.

Maximio Victoria, que de niño escuchó leer “Recuerdos de Provincia” de Sarmiento, supo leer y escribir antes de iniciar sus estudios primarios en Graneros, lo cual le sirvió para que, al ingresar en la escuela, lo ubicaran en el grado superior y fuera nombrado con el título de “monitor”, por el Maestro  Pedro Etchevehere, nombramiento luego ratificado por el Consejo Provincial, desempeñándose como tal, “en una escuela lancasteriana de tipo criollo y, con un sueldo mensual, de diez pesos fuertes”[2], cuando tenía solo doce años, pero con la gravedad y la madurez de un hombre.

El precoz didacta, que de niño hacía de hermano y maestro, en 1884, cuando se aprobó la ley nacional n° 1420, descubrió su destino; encontró su vocación y, no le asustó, el “ser esclavo de sus propios ideales”. Lector asiduo de argentinos como Estevan Echeverría, José Mármol, Guido Spano, Bartolomé Mitre, Juan María Gutiérrez, Olegario Andrade o españoles como Gustavo Adolfo Bécquer y Ramón de Campoamor.

Ubicado en el pescante de la diligencia, al lado del cochero, partió de su natal Graneros, a la ciudad de Tucumán, en diciembre de 1883. Es que, quería ver con sus  propios ojos, cómo era esa provincia, cuyo mapa había señalado a sus discípulos. Su destino, era la Escuela Normal de Tucumán, fundada por Avellaneda en 1875; escuela que más tarde dirigió Paul Groussac.

Para ingresar a dicha escuela, rindió con los programas redactados por Jorge A. Stearns, su fundador y, en 1884, fue admitido en el último grado de la escuela primaria, destacándose entre sus compañeros. En 1887, recibió el título de “maestro” y, por ser el mejor alumno, lo becaron  para estudiar en la Escuela Normal de Paraná, de la provincia de Entre Ríos, donde obtuvo el título de “profesor”.

Para ello se trasladó en tren, en febrero de 1888, desde Tucumán hasta Rosario y, luego en el  barquito “Aurora”, surcó el Paraná hasta la ciudad del mismo nombre, para así llegar a la Escuela, creada en 1870; escuela queinició “el proceso de institucionalización del normalismo en nuestro país”, ya que “hasta entonces los requisitos para acceder al ejercicio de la práctica eran inexistentes o de escasa capacitación”[3].

Por ese entonces, la Escuela Normal de Paraná[4], estaba bajo la Dirección del joven Alejandro Carbó, adonde rindió un examen oral y escrito de cuatro horas de duración, con un severo tribunal presidido por el propio Carbó, integrado por Leopoldo Herrera, Ernesto Bavio y la Srta. Amy Elizabeth Wales, ilustre pedagoga norteamericana, traída por Sarmiento. Luego, firmó el compromiso de la beca, cuyo estipendio se haría efectivo, después de iniciadas las clases, con el que también ayudó a su familia.

De Carbó, aprendió entre otras cosas, que no se puede enseñar moral, si no se es un ejemplo viviente de conducta moral. Y, con los textos de pedagogía de José MaríaTorres, Victoria aprobó los fundamentos del arte de enseñar.

Atrás dejó la Biblioteca, conferencias y actos públicos de la Sociedad Sarmiento su hogar espiritual, en Tucumán, con la lectura de “La Educación Popular “, “La Cautiva” y con los pasajes de “Facundo”, comprendió que la “tarea del educador se identifica con la entera vida del luchador”. Por ello se decía: “educar es luchar, luchar contra la ignorancia del niño o el analfabeto adulto; contra los prejuicios del populacho, contra la pobreza de los presupuestos, contra la cháchara circunstancial de los demagogos, fueran abogados, médicos o ingenieros cuando se meten  a directores de educación y hablan sobre lo que ignoran……”[5].

Con los “Primeros Elementos de Educación” de Torres, Victoria, junto a otros compañeros (Víctor Mercante, Benicio López, Porfirio Rodríguez, Manuel Astrada, Juan Octavio  Gauna), aprendió el arte de enseñar y que Jean J. Rousseau, Johann Friedrich Herbart, Johann H. Pestalozzi, Friedrich Fröebel y Horacio Mann, le habían facilitado el fundamento de tal doctrina. Las ideas de Torres, fueron decisivas en la formación del bagaje pedagógico del normalista adolescente. Así, la pedagogía de Torres y la “Educación Popular” de Sarmiento, se conjugaron en el alma del aprendiz, para acuñar su vocación”[6], a la par que leyó entre otras obras, las dos historias de Bartolomé Mitre, la de Manuel Belgrano y José de San Martín, “Las Bases” de Juan Bautista Alberdi, “Fuerza y Materia” de Luis Büchner, la obra de José Manuel Estrada.

Y, de la mano de su maestro Pedro Scalabrini, entró en el “positivismo” de Augusto Compte, al leer “Pholosophie Positive”, sin dejar de recurrir a la lectura de Imanuel Kant, Michel de Montaigne, François Rabelais, Jean-Jacques Rousseau, Jean Antoine Condorcet.

Victoria era delgado, erguido, alta frente, mediana estatura, voz varonil, reservado, parco en sus expresiones, alegre, seguro, modesto, discreto, extremadamente guardado; observador y reflexivo desde niño, interesado por todo, miraba sin pestañear, fuerte carácter, con el orgullo de hombre libre, tenía fe en su razón, sin temores contra la adversidad, en conflicto con la religión, de fulminante rapidez al adversario en la palabra. Siempre entendió que la “buena conciencia es la inflexible conciencia moral, brújula de su existencia”[7].

En 1890, ya con el título de “profesor”, con una carta de presentación de Carbó, ante un pedido del Director de la Escuela Normal de Santiago del Estero, llegó a la ciudad de Francisco de Aguirre. Pero, a pesar de sus antecedentes de alumno distinguido y títulos, el Director consideró que era demasiado joven (solo diecinueve años), para desempeñarse como “Regente”. Fue entonces cuando, las autoridades provinciales, que frecuentemente empleaban personal sin título, por no haber otro, llamaron a Victoria y le ofrecieron un cargo de “Vocal inspector”. Y esto le sirvió para recorrer la paupérrima campaña de Santiago, sin viáticos, caminos ni diligencias[8].

En el comienzo de 1891, al cambiar las autoridades de la Escuela Normal de Maestros, en Santiago del Estero, fue nombrado “Regente” y catedrático de “Práctica Pedagógica”, por lo que abandonó su agotador trabajo, para ser “formador de Maestros”. Junto a su condiscípulo Gauna, redobló su actividad a favor de la “Unión Cívica Radical” y, acompañado de otros, firmó el acta de fundación de la “Biblioteca Sarmiento”, en su condición de Presidente de la “Sociedad Literaria Coronel Borges”.

En Santiago, tuvo colaboradores y descubridores sostenedores en sus futuras empresas educativas[9]. Pero, un nuevo destino se abrió ante sí: Curuzú Cuatiá (Corrientes);  así es que, en 1894, fue designado Director de la “Escuela Normal Popular” de Curuzu Cuatiá y el “positivismo” lo unió a Alfredo Ferreyra y, una vez mas, a Scalabrini.

En 1897, rindió el concurso de “Inspector General de Escuelas”, en Tucumán. Aprobó sin mayor esfuerzo, con un fallo por unanimidad, hizo honor a su actividad docente y cultura; luego fue designado “Regente” y “Profesor en la Escuela Normal”. Dictó conferencias sobre “Filosofía y Positivismo”, piedra de desencuentros con los sectores clericales, lo que le valió el calificativo de “masón”. Y en diciembre de 1897, fue exonerado por el entonces Ministro de Educación, por sus ideas[10].

A posterior, fue designado Regente en la Escuela Normal Mixta de Esperanza, Santa Fe y, en 1898, recibió un telegrama del Gobernador de la provincia de Santiago del Estero, Don Dámaso Palacios, quien le ofreció la Presidencia del Consejo General de Educación de la Provincia, adonde se desempeño hasta 1900. Y así, Victoria, junto a otros normalistas, presentó  un "Plan de Estudios para las Escuelas Públicas de la Provincia de Santiago del Estero" (3 de enero de 1899). Con antelación Victoria, hizo lo propio, para la provincia de Tucumán, entre cuyos fundamentos se mencionaron los "resultados generales de la investigación pedagógica"[11]. Durante su gestión, en 1899, incorporó la primera mujer como vocal del citado organismo: Francisca Jacques, quien ejerció la vicepresidencia en algunos momentos[12].

La labor de Victoria en Tucumán, posibilitó que durante su desempeño, a cargo de la educación provincial, formara un núcleo de discípulos de Comte entre el magisterio y, la de su discípulo Ramón Carrillo, que estaba consolidando otro núcleo entre los maestros santiagueños. Sin olvidarse de los correligionarios de Paraná, en donde las enseñanzas de Comte, eran difundidas en la Escuela normal.

Dirigió la escuela Normal de Paraná (1906 - 1924)[13], escuela pionera del “normalismo argentino” y en 1915, como Director, encabezó la oposición al “catolicismo social” como “normalismo laico”[14], [15].

Creada la  Facultad de Ciencias Económicas y Educacionales de la Universidad del Litoral, fue designado en 1920, en las cátedras de “Pedagogía” e “Historia de la Educación” y, en 1931, nombrado interventor[16] de dicha Facultad.

Además, se desempeñó como “Inspector General de escuelas”, en la provincia de Buenos Aires, donde implantó el concurso profesional e introdujo nuevos métodos e ideas. Presidió el Consejo Escolar n° 11, en la Capital Federal.

Fue uno de los defensores de la escuela pública argentina y el más valiente defensor. Por ella, por la escuela laica, libre de dogmas e influencias políticas, luchó toda su vida.

Creó escuelas en todo el país. Actualmente, llevan su nombre diversas escuelas en Argentina[17] y, también hay calles que lo recuerdan[18].

Fue un visionario educador, que allá por el año 1.900, creó una escuela de oficios, con la idea de dar salida laboral, a un sector de la población.

Perteneció a la pléyade de insignes educadores que, aun sustentando postulados que, por su disparidad, colisionaban – Amadea Jacques, Onésimo Leguizamón, Osvaldo Magnasco, Pedro Goyena, Miguel Navarro Viola, entre tantos - brindaron una batalla enaltecedora en la época que, sin dudas, se puede calificar como la “edad de oro” de la instrucción pública en nuestro país. Y no obligados por ninguna ley ni reglamento, sino sólo guiados por el “eros pedagógico”, diseminaron ética y saberes, en la totalidad del suelo patrio[19].

Ensayista y educador, de tendencia “positivista”[20]. Autor de diversas obras, guardadas en la Biblioteca Nacional de Maestros, entre otras: 1) Las grandes vidas: Augusto Comte (1898). Tucumán: Imprenta y Encuadernación “La Argentina” de Pérez y Alca. 2) Orientaciones de la educación argentina (1907). EN: Archivos de pedagogía y ciencias afines. Tomo 2. Buenos Aires: Talleres de la Casa Jacobo Peuser, pp. 248-256; 3) El gobierno de las escuelas normales EN: Archivos de pedagogía y ciencias afines. (1912). Tomo 10. Buenos Aires: Talleres de la Casa Jacobo Peuser, pp. 113-130; 4) ALVAREZ, Agustín. VICTORIA, Maximio S. (1917) Educación moral: tres repiques. La cultura Argentina. 5) Análisis positivo de la plegaria (1930). 6)  Los orígenes del catolicismo y de la eucaristía. (1936). Editor: Talleres gráficos La Vanguardia. También prologó y tradujo del francés diversas obras[21].

En Argentina, el “positivismo” influyó poderosamente[22] y, fue visto, como un “instrumento de orden, constructivo”[23].

Victoria, desarrolló una acción progresista, en emprendimientos comunes, con los socialistas tucumanos, razón que le valió la referida exoneración, de la Dirección de Escuelas de Tucumán.

El mandato de la Ley de Educación del 3 de octubre de 1887, en Santiago del Estero, preveía la redacción de una revista "de espíritu amplio", dirigida al personal de enseñanza[24]. A solicitud de Victoria, por ese entonces “Director General de Escuelas” de dicha provincia, conforme a lo dispuesto, en sesión del 6 de diciembre de 1898, el Consejo General de Educación, autorizó la solicitud, fundándose la “Revista Anales de Educación”, como órgano del Consejo"[25].

La mencionada revista se publicó entre febrero de 1899 y diciembre de l900, fueron quince números, con una periodicidad irregular, a veces mensual, bimestral, cuatrimestral, de distribución gratuita, para el personal docente y comisiones escolares de la provincia y, debía incorporarse como colección al Archivo de las escuelas.

En la Memoria de la Dirección General de Escuelas (1898-1900), Victoria da cuenta de la fundación de “Los Anales”, como una revista "de informaciones y de propaganda...que ha aparecido durante dos años- habiéndosela suprimido en el año en curso (1901), por haberse suprimido del Presupuesto la partida de Impresiones"[26].

En dichos Anales, con visible optimismo el Director Victoria enunció, entre los "Propósitos" de la publicación, el trabajo en pos de "coordinar los elementos sociológicos del Estado: religión, gobierno, educación, familia, territorio, lengua, industrias y comercio" y, lanzó una convocatoria a los hombres de buena voluntad, para que a través de este medio difundan: "la ciencia útil, la virtud real, las ocupaciones honestas, el arte excelso"[27], [28], [29].

En el marco del surgimiento y consolidación de políticas públicas de educación, que en el discurso se expresaban como de Instrucción Pública, la gestión 1898-1901, llevó a cabo un proceso de reforma normativo, del currículo, de jerarquización de las escuelas, de profesionalización del personal docente, de edificación escolar, que significaron cambios en el largo proceso de escolarización, iniciado unas décadas antes.

Desde una perspectiva crítica se ha considerado a “Los Anales de la Educación”, como difusora del "orden normalizador", propiciado por el Estado, con una función “homogeneizadora y de disciplinamiento”, de quienes se transformarían en agentes de un Estado, que modelaba de esta forma a los servidores públicos[30].

La iniciativa del grupo que acompañó la gestión de Victoria, al frente del Consejo de Educación, y que se plasmó en la revista referida, incorporó a Santiago del Estero,  a un movimiento de reforma de la educación, extendiéndose por otras provincias.

Los redactores se consideraban reformadores, y concordaron en sus discursos,  en la necesidad de transformar una realidad educativa que oponía grandes obstáculos a sus proyectos. Por un lado, otorgaron preeminencia a la sección oficial, con su voluminosa documentación, que trasuntaba la voluntad de formar un cuerpo técnico, con conocimiento de las leyes, reglamentaciones y resoluciones, por otro lado, la publicidad de los actos de gobierno se relacionaba con el ideal republicano, de conformar ciudadanos partícipes de la cosa pública.

Se destaca la reforma de la ley de educación y de la ley de renta escolar, la sanción de un nuevo Reglamento General de Escuelas y el Plan de estudios primarios. "El impulso educacional era estimulado por el Consejo de Educación bajo la presidencia del profesor Maximio S. Victoria" y así, la cuestión educativa estaba imbuida por el “positivismo liberal”[31].

Por otra parte, entre junio y diciembre de ese 1898, vió la luz la revista “La Filosofía Positiva”, dirigida por Margarita Praxedes Muñoz y, con la participación de destacados colaboradores nacionales y extranjeros. Entre los primeros, el propio Victoria, Enrique de Santa Olalla, Felipe Senillosa, Luis Mohr, José Ingenieros, Alfredo Palacios y otros. Entre los extranjeros, referentes positivistas como los franceses Juan Francisco Robinet, Ernesto Delbet y Paul Ritti y el chileno Juan Lagarrigue. En su breve, pero intensa vida, esta revista, fue la caja de resonancia de una serie de procesos políticos nacionales e internacionales [32].

Otra Revista en la que Victoria colaboró fue “Estímulo y defensa”, cuyo primer número salió a la calle el 15 de abril de 1903 y logró publicar cuarenta y seis números.  Se presentó como una revista quincenal, órgano de la “Sociedad Magisterio Santiagueño”, que con su imprenta propia y con ayuda de suscripciones y publicidad vivió, de 1903 a 1905[33].

 “Estímulo y Defensa”, reprodujo conferencias pronunciadas en centros liberales por Maximio Victoria y Alfredo Ferreira, que versaron sobre el positivismo comteano matizado con la aristocracia del espíritu, el culto a los héroes y los ideales de Carlyle y Guyau, sin perder de vista a Charles Darwin y a Herbart Spencer. La revista fue un importante pasador de posiciones ideológicas y literarias, correspondientes al centenario, donde positivismo y nacionalismo se cruzan, en una propuesta escrita, que reforzó las conferencias desplegadas por la Sociedad del Magisterio[34].

Fue fecunda, laboriosa y patriótica la pluma y la vida de Maximio Victoria. Abrió nuevos rumbos y señaló nuevas vías a la educación de la niñez y la juventud argentinas[35]. Por sobre todas las cosas, fue un honesto docente por vocación, consecuente con sus pensamientos y creencias, anteponiendo el bien común de la sociedad.

Pero, todo eso no pudo haberlo hecho solo. Ello fue posible, gracias a su esposa, con quien se casó el 8 de abril de 1899, compañera de toda su vida: Rita Latallada de Victoria, considerada fundadora de los jardines de infantes en Argentina, figura emblemática de la educación inicial en el país. Mujer dotada de una personalidad excepcional, según los biógrafos[36], con quien tuvo 3 hijas mujeres (María Laura, Nické y Rita) y dos varones. De estos últimos, Marcos, médico psiquiatra, radicado en Buenos Aires, ensayista, profesor universitario, de proficua labor y  Virgilio, médico oculista, profesor universitario, radicado en Tucumán, luego en Buenos Aires.

Maximio Victoria, fue el “documento viviente de la liberación de una conciencia y de la lucha de toda una vida por enseñar a liberarse a sus conciudadanos”, de lo cual deriva su “valor cívico y su irrefutable valor moral”[37].

Por ello, la elección de su nombre para el sitial que ocupo en la Academia de Ciencias y Artes de Santiago del Estero, ya que Maximio Sabá Victoria, para mí, más allá de los lazos de sangre que me unen, como para muchos otros, fue un ejemplo de vida, con sus aciertos y errores, como todo hombre, pero consecuente con sus ideas. Vivió como pensó, predicó y enseñó. Así murió, dejando su ejemplo y enseñanzas, por los polvorientos y, a veces, olvidados caminos de la geografía argentina.

 

*Doctora en Ciencias Jurídicas y Sociales. Académica de número de la Academia de Ciencias y Artes de la provincia de Santiago del Estero. Académica correspondiente de la Academia de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Argentina. Docente investigadora de las Universidades Nacional y Católica de Santiago del Estero. Ex Directora de Proyectos de Investigación del CONICET. Miembro del Comité Científico de la Unión Mundial de Agraristas Universitarios (Italia). Miembro del Comité Ejecutivo del Comité Americano de Derecho Agrario y del Instituto Argentino de Derecho Agrario. E mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 

[1]VICTORIA, Maximio. Los orígenes del catolicismo y de la eucaristía. (1936). Editor Talleres gráficos La Van-guardia.

[2]Ibíd.

[3] SGOIFO, Marta Graciela.  La revista "Los anales de la educación" (1899-1900).  http://www.fundacioncultural.org/revista.

[4]La Escuela Normal de Paraná fue anclaje civilizatorio dentro del proyecto de organización nacional, como centro irradiador de maestros competentes a todo el país. Sus dimensiones propias: normativa, cultural, jurídico-político, y propiamente pedagógica, se constituyeron en una historicidad particular que atravesó un momento genético, un momento de crisis y un momento de estructuración orgánica. CARLI, Sandra. (1993). Modernidad, diversidad cultural y democracia en la historia educativa entrerriana (1833-1930). EN: La Educación en las provincias y territorios nacionales (1887-1943). (186).Buenos Aires: Galerna.

[5]  Victoria solía repetir: “no he nacido para rico. Mientras viva, mi riqueza será mi biblioteca. El hombre con riquezas materiales, no duerme pensando que las puede perder, en que sus patacones de plata o sus monedas de oro le van a ser arrebatadas”. VICTORIA, Marcos. (1973-1975). Vida de un Maestro. Buenos Aires: libro inédito.

[6]Sarmiento le daba el ejemplo de una vida de combate, la doctrina de la educación en una democracia. Torres, le enseñaba los métodos, las técnicas docentes, el perfil de la futura escuela popular argentina.  Ibíd.

[7] “Era un hombre de acción, constructor o destructor según lo exigieran sus ideales y las cambiantes circunstancias”. , “Creía en sus ideales, en su triunfo final, estaba seguro de que la causa de la enseñanza laica y de la liberación espiritual de la infancia se impondrán…”. Ibíd.

[8] Para ello, contrató dos caballos, un peoncito, casi de su misma edad, a quien él le enseñaría a leer y escribir a cambio de que le enseñara quichua Y, acompañado de la “Gramática quichua” del Padre Mossi, la citada obra de Compte y “El porvenir de la ciencia”, de Renán, se lanzó a la aventura pedagógica. La voz anónima de la gente agradecida, fue  el mejor premio a su labor y “soño absorvido por la fiebre del trabajo”. Ibíd.

[9] Entre otros se destacan: Juan P. Besares, Ramón Carrillo, M. Moreno Saravia, Ramón Díaz, Absalón Rojas, Pedro García, Olegario Noriega, Antenor Ferreyra, Antenor Álvarez, José Santillán, Martín Uriondo, Federico Lannes, Francisca Jackes. Ibíd.

[10] Victoria, fue acusado de haber pronunciado conferencias sobre el positivismo de Augusto Compte, de convertir a las aulas en centros de propaganda de ateos, de haber ordenado la adquisición de una colección de libros para que se distribuyan en las escuelas, dedicados a la instrucción y formación de Maestros y alumnos, obras como las de Mariano Moreno, Sarmiento, Echeverría, Alberdi, Mitre, Vicente Fidel López. Se le atribuyeron ideologías y convicciones que no compartía (masón), aunque estimó: que “ser masón, después que lo fueron San Martín, Bartolomé Mitre, Sarmiento y Eduardo Wilde, no es ningún pecado. Mas bien alto honor…”. Para esto, que el Ministro se olvidaba, de la ley que imponía la “neutralidad religiosa” y la dirección que dominaba el pensamiento pedagógico en Argentina, de esa época.  Recordada es la frase que Maximio Victoria, le dijo al entonces Ministro de Educación de la Provincia de Tucumán, ante la solicitud de su renuncia: “ … Mi conciencia es el respeto hacia la conciencia ajena, sea del maestro, sea del alumno. Escuche bien Sr. Ministro. Ni mi renuncia ni la cara de Dios las verá jamás”. La noticia causó asombro en los círculos culturales de la ciudad, pero ningún miembro integrante del Consejo de Educación se solidarizó con él. La  Sociedad Sarmiento, le ofreció su tribuna y el 16 de mayo de 1895, dio su conferencia, sin la menor queja o crítica a las autoridades de la provincia. Fue una amplia, objetiva, minuciosa, exposición del positivismo de Comte, como doctrina filosófica y como credo social. Así, la Sociedad Sarmiento, brindó un homenaje a la valentía y a la integridad de aquél Maestro de maestros. En 1904, la conferencia fue publicada por dicha entidad en “Tucumán  Intelectual”.VICTORIA, Marcos. (1973-1975). Vida de un Maestro… Op. Cit.

[11] Los estudiosos de la educación señalan que, en la etapa de consolidación, la elaboración sistemática de planes y/o programas estuvo asociada a proyectos de reforma de la instrucción pública, entre ellos, los de mayor significación, fueron los correspondientes a los años   1898/99 y 1903/04. SGOIFO, Marta Graciela. Estado, educación y género en los orígenes de la formación docente de Santiago del Estero. Fundación El Colegio de Santiago del Estero. http://elcolegiodesantiago.com.ar/ponencia_2004

[12] SGOIFO, Marta Graciela.  (2008). Políticas públicas de educación en santiago del  estero y diferencias genéricas (1872- 1914). Revista digital de Población, Estado y Sociedad n° 4  (Vol IV). Santiago del Estero. Argentina. http://:ar.geocities.com/revista

[13] PONCE, Fernando. Para conocer la Escuela Normal. El Diario on line. Año 14 edición n° 1587. Paraná, Entre Ríos, Argentina. http:www.eldiario.com.ar

[14]Victoria, reaccionó con un informe dirigido al Consejo General de Educación, contra las críticas del Obispado, señalando que la “escuela normal era una institución creada, sostenida, fomentada por leyes nacionales, arraigada profundamente en el organismo cultural del país, combatida todo el tiempo por la iglesia, denigrada por un escritor extranjero y calumniada por un novelista católico” (Galvez). CARLI, Sandra. Modernidad, diversidad cultural y democracia en la historia educativa entrerriana (1833-1930)…Op. Cit. p. 222-223.

[15] Y, en una oportunidad señaló que “durante veinte años la Escuela (Normal) enseñó la “caligrafía angulosa inclinada”, con muy buenos resultados y, en los últimos cinco años, ensaya la “letra vertical”, con éxito dudoso”. VICTORIA, Maximio S. (1910). La Escuela Normal de Paraná en 1910 (Informe Anual). Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco. VICTORIA, Maximio. (9/8/1915). Informe de la Dirección sobre los hechos denunciados.

[16] En 1929, por ley nacional n° 1597, se creó en Paraná la Facultad de Ciencias Económicas y Educacionales como organismo independiente de la Universidad del Litoral creada por ley n° 10861 y, la Escuela Normal de Paraná pasó a ser Escuela Normal de Maestros, anexa a la Facultad. La nueva Facultad era definida como “escuela de profesorado” y “centro destinado al estudio de las humanidades”, tránsito sumamente conflictivo, que llevó posteriormente a su supresión en 1931. La Facultad fue reemplazada por la Escuela Normal Superior (1931-1932) y, ésta a su vez, por el Instituto Nacional del Profesorado Secundario. El “positivismo normalista”, acentuado durante la gestión de Victoria, fue cuestionado por las “corrientes escolanovistas” que irrumpieron en el ámbito universitario. CARLI, Sandra. Modernidad, diversidad cultural y democracia en la historia educativa entrerriana (1833-1930)…Op. Cit. p. 225-228.

[17] Entre ellas, en: 1) Provincia de Buenos Aires: Escuela EGB n° 84 “Maximio Victoria”, de la ciudad de La Plata. 2) Ciudad capital: Escuela primaria n° 2  de jornada completa “Maximio Victoria, del Barrio Vélez Sársfield, ciudad de Buenos Aires. 3) Provincia de Entre Ríos: Escuela EGB 3 nº 24 “Maximio Victoria”, de Paraná; Escuela n° 25 nivel medio Prof. “Maximio Victoria”, de Paraná; Escuela EGB1 y 2 E inicial “Maximio Victoria”, del barrio Toma Nueva, Paraná; Escuela Provincial nivel inicial, nº 52 “Maximio Sabá Victoria”, del Departamento Federal. 4) Provincia de Santa Fe: Escuela nº 48 “Maximio Victoria”, de la ciudad de Santa Fe. 5) Provincia de Santiago del Estero: Escuela Piloto n° 1 “Maximio Victoria”,  Nivel Polimodal,  Centro experimental n° 4 Maximio Victoria, Fernández. 6) Provincia de Tucumán: Escuela de Formación Profesional  Maximio Victoria, de La Cocha.

[18] En La Cocha (Tucumán) y en la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca.

[19] CABELLO, Ángel Gregorio. (2000, octubre).  Aproximación a Francisca Jacques. Servicio Educativo 31, República Argentina. Espacio Latino. http://letrasurguay.espaciolatino.com

[20] http//:www.acanomas.com/Diccionario-Espanol.

[21]Tradujo, entre otras obras: Appel Aux Conservateurs (1855), una de las últimas obras de Compte. Citado por CASTURELLI, Alberto. (2001). Historia de la Filosofía en Argentina (1600-2000). Ciudad Argentina, p. 431.

[22] Aquí se destacaron tres grandes grupos: 1) El de los llamados “positivistas sui generis o pre-positivistas” (Sarmiento, Alberdi y Echeverría). 2) El grupo de la “llamada Escuela de Paraná”, de formación comtiana, que influyó en el campo educativo a través de las escuelas normalistas (Pedro Scalabrini, Alfredo J. Ferreira, Ángel C. Bassi, Maximio Victoria, Leopoldo Herrera y Manuel Bermúdez). 3) El  grupo de la “Universidad de Buenos Aires”, donde se combinó el positivismo comtiano con el inglés, especialmente Spencer. Este grupo se destacó por la aplicación del “criterio científico” y del “principio de la evolución a los diversos problemas políticos, administrativos y educativos”, que se le plantearon. El positivismo, también tomó en Argentina, el carácter de un “liberalismo avanzado y socializante” (José Ingenieros y de Juan B. Justo), que en política, pertenecieron al “Partido Socialista Argentino”. El segundo combinó el evolucionismo de Spencer con el marxismo, formando las bases teóricas del partido socialista citado. ZEA, Leopoldo. El pensamiento latinoamericano. http://www.ensayistas.org/filosofos/mexico/zea/pla/0-5.htm

[23] La filosofía positiva trató de ser, en nuestra América independiente, lo que la escolástica había sido en la colonia: “un instrumento de orden mental”. Quienes enarbolaron esta doctrina, trataron de realizar algo que no había sido posible hasta entonces, a pesar de la emancipación política: la “emancipación mental”. Ibíd.

[24] Textualmente, en el Cap. VII, al fijar las atribuciones del Director General, en el art. 48 inc. 82, se disponía: "Dirigir una publicación periódica en que se inserten todas las leyes, decretos, reglamentos, informes y demás actos administrativos que se relacionen con la educación primaria; como asimismo los datos, instrucciones y conocimientos tendentes a impulsar su progreso". SGOIFO, Marta Graciela.  La revista "Los anales de la educación" (1899-1900… Op. Cit.

[25] La mencionada revista se publicó entre febrero de 1899 y diciembre de l900, a través de quince números, con una periodicidad irregular, a veces mensual, bimestral, cuatrimestral. En el número uno, se establecía que la publicación sería de distribución gratuita para todo el personal docente y comisiones escolares de la provincia y, que debía ser incorporada al Archivo de las escuelas, en forma de colección. Ibíd.

[26]   Ibíd.

[27] La revista tenía como destinatario al personal docente. La provincia, si bien ya había iniciado el proceso de formación docente profesional mediante la creación de escuelas normales nacionales (una de varones y una de mujeres), solo contaba con cerca de la mitad de maestros/as con "diploma" en ejercicio. Por lo tanto, una de las estrategias para resolver el problema de la falta de maestros idóneos fueron las Conferencias Pedagógicas y la publicación de Los Anales. Ambas pretendían fundamentarse en la ciencia pedagógica. En su edición número uno enunciaba como programación las siguientes secciones fijas: 1. Redacción y colaboraciones. 2. Traducciones, transcripciones, resúmenes de trabajos de carácter científico, industrial o artístico. 3. Revista de revistas de su género. 4. Sección oficial documentos, informes, estadística escolar, memorias, resoluciones,...). 5. Bibliografía. 6. Sección Práctica (lecciones, modelos, observaciones, experimentaciones, etc.). 7. Sección noticiosa e informativa. Ibíd.

[28] La redacción estuvo a cargo de inspectores, en un primer momento del Secretario Ramón Carrillo y luego, en la mayoría de los números publicados, de Medardo Moreno Saravia. En los que no se menciona al redactor, solo se consigna Director General de Educación y Secretario, Maximio S. Victoria y Santiago Lugones, respectivamente. En cuanto a los traductores solo se enuncian a Demetrio Méndez y Rita Latallada de Victoria (esposa de Maximio Victoria). Ibíd.

[29] En las páginas iniciales de cada número de “Los Anales”, que generalmente llevan la firma de su Director, se desarrollan una serie de cuestiones que se identifican como los lineamientos de la política educacional del gobierno de Dámaso Palacio (algunos de cuyos discursos se publican), a cargo de un equipo de normalistas bajo la dirección de Victoria. En su discurso pedagógico, convoca al personal docente a la acción civilizadora, al trabajo en pos de la instrucción pública, cuestión privilegiada durante dicho período. Difunde, en coincidencia con el lema de quienes regían el orden conservador a nivel nacional, conceptos claves (paz, administración, orden y progreso). Esos ideales solo podían hacerse posible mediante la institución escuela, definida "casa del pueblo, línea neutral adonde converjan los nobles propósitos de cada vecindario, casa de alegría, de paz y de amor para los educandos, gabinetes de observación adonde ellos vayan a observar, clasificar, experimentar los fenómenos de la naturaleza,...centros de estudio.. lugares públicos..." La influencia de los principios de Comte y del evolucionismo spenceriano están presente en su interpretación del mundo como el de un organismo que evoluciona regido por leyes positivas, la consideración de los hechos como fenómenos, que pueden ser explicados por la ciencia, la fe en el progreso indefinido, etc. Ibíd.

[30] Se publicó el conjunto de iniciativas promovidas, tales como: el inicio de exposiciones anuales que los propios actores reconocieron como manifestación de la tendencia práctica y regional de la que eran partidarios y en las que participaban las escuelas de la ciudad capital y "varias" de la campaña; la realización de excursiones; la creación de la oficina de Estadística Escolar; la propuesta de creación de escuelas ambulantes y de escuelas de Artes y Oficios para niños y niñas, de una escuela de agricultura, de escuelas para obreros, y/ o dominicales, de telegrafía, el proyecto de Fiestas Mayas, la propuesta de creación de jardines de infantes, el fomento de la formación de sociedades protectoras de la educación y de bibliotecas, chacras y museos escolares...convirtieron a la revista en fuente valiosísima de conocimiento del saber pedagógico de los sujetos que intervenían en la gestión educativa, así como de la cultura de la sociedad de su época. Ibíd.

[31] ALEN LASCANO, citado por    SGOIFO, Marta Graciela.  La revista "Los anales de la educación" (1899-1900)…. Op. Cit. 

[32] Esta pequeña publicación positivista apoyó la campaña del Comité Liberal orientado por Felipe Senillosa para enviar un petitorio pidiendo la separación de la iglesia y el estado a la convención constituyente reunida en Buenos Aires ese año. También, reflejó la actividad y la lucha ideológica que distintos grupos de educadores comtianos o afines venían llevando adelante, desde espacios de poder acumulados en el área educativa, de distintos gobiernos provinciales. En ese orden, mantuvo intercambios con la revista “La Escuela Positiva”, de Corrientes, órgano oficioso de la Dirección de Escuelas de esa provincia en donde actuaba un grupo comtiano inspirado por Alfredo Ferreira y Ángel Bassi. También celebró la designación del joven escritor socialista Leopoldo Lugones como Inspector General de Escuelas y denunció la exoneración del comtiano Maximio Victoria de su cargo como “Director de Escuelas” de la provincia de Tucumán, fruto de presiones del clero sobre el gobierno de esa provincia. La destitución del inspector general de escuelas de Tucumán (1989, mayo 30). EN: LFP, pp. 8-14, citado por DE LUCIA, Daniel Omar. Visión del alba y el ocaso, del siglo XX ante la condición humana. Margarita Praxedes Muñoz. CECIES. Pensamiento Latinoamericano y alternativo.  http://www.cecies.org/

[33] En su programa, hizo un llamamiento a las “intelectualidades santiagueñas de fuera y dentro de la provincia”, llamado que se hacía desde el gremio de maestros, y desde un medio que vino a incorporarse al “periodismo” lugar que reunía a la inteligencia local. El fin de esta convocatoria fue realizar una propaganda a favor de la escuela, para poder llevar cultura a una sociedad amenazada aún por la barbarie. La revista estaba dirigida por Ramón Díaz y tuvo como otros colaboradores en 1903, además de Maximio Victoria a: Francisco M. Viano, Pablo Lascano, Héctor Aliaga Rueda, Rodolfo Arnedo, Pedro Almonacid, Baltasar Olaechea y Alcorta, , Francisca Jacques, Ramón Carrillo, Manuel Cáceres, Antenor Ferreira, José Santos, Rainerio Lugones, Fransisci Sicardi, Guillermo Correa, Ricardo Rojas, Víctor Mercante, Alfredo Ferreira, Ramón Cordeiro, y D. Contreras López, resaltando la copiosa colaboración de docentes mujeres que escribieron sobre temas educativos. Tuvo corresponsales en Salta, y Tucumán, y apoyó a la Asociación Nacional del Profesorado y su filial en Santiago “Estímulo y defensa”, fue el instrumento de difusión de las ideas que pregonaron los docentes nucleados en la Sociedad Magisterio Santiagueño (Ramón A. Díaz, Andrés Chazarreta, Francisca Jacques, Alfredo Ferreira, Pedro Llanos, Vicente Zuloaga, Antenor Ferreira, Federico Lannes, Ramón Carrillo, Juan Besares, José Santos, Domingo Contreras López, y Pedro Almonacid, entre otros intelectuales). Sociedad Magisterio Santiagueño nació en 1900, fue una asociación cultural liberal que tuvo como principal objetivo el de difundir el “positivismo y el laicismo”, reforzando la tarea que la escuela por la misma senda ideológica realizó en la sociedad, por lo tanto la revista fue una de sus armas de divulgación. GUZMÁN, Daniel. (2006, 7 de abril). Historia de las publicaciones culturales de Santiago del Estero. La revista de la Sociedad Magisterio Santiagueño. El Liberal. Noticia de Archivo. http://www.elliberal.com.ar/secciones.php.

[34] Ibíd.

[35] ZUBIAUR, J. B. (1897, junio). Libro excursiones escolares. Paraná. http://www.bnm.me.gov.ar/ebooks/reader

[36] http://www.eldiadegualeguaychu.com.ar/portal/index.

[37]VICTORIA, Marcos. (1973-1975). Vida de un Maestro. Prólogo,… Op. Cit.

MARÍA ANTONIA DE PAZ Y FIGUEROA (M.M.TENTI)

MARÍA ANTONIA DE PAZ Y FIGUEROA

La primera rebelde santiagueña

María Mercedes Tenti

Primeros años

El papel de las mujeres argentinas en el siglo XVIII, inmersas en una sociedad patriarcal, era, sin dudas, de un rol subordinado: se dedicaban a las tareas del hogar y se preparaban para el matrimonio.  No podían tomar decisiones por sí mismas, ya que eran los hombres -padres, esposos o hermanos mayores- los que lo hacían por ellas. La cultura imperante por entonces determinaba los modos de conducirse y de relacionarse, según el género.

Los espacios de sociabilidad de las mujeres eran reducidos: el hogar doméstico, las reuniones familiares, la concurrencia a la iglesia. La educación estaba restringida a unas pocas, sólo a las pertenecientes a familias de la élite, quienes accedían a los estudios elementales en sus propias casas, de la mano de algún familiar o de un maestro particular.    

La niñez de María Antonia de Paz y Figueroa, nacida en Santiago del Estero en 1730, no varió respecto de la de muchas niñas de su edad. Hija del maestre de campo Francisco Solano de Paz y Figueroa y de Andrea de Figueroa, su niñez transcurrió en la encomienda de indios de su padre, seguramente correteando por las tierras de Silípica, jugando con sus hermanas y con los hijos de los nativos que integraban la encomienda paterna. Ello no fue impedimento para que recibiera una esmerada educación, poco frecuente por entonces.

Siendo adolescente, su familia se estableció en la ciudad y allí la joven María Antonia comenzó a visitar la iglesia de los jesuitas, con quienes empezó a colaborar en la preparación de los ejercicios espirituales, que se impartían en el antiguo convento.  Inmersa en estas funciones, a los quince años adoptó la túnica negra como vestimenta, en calidad de beata de la compañía. No era precisamente una monja ya que, por entonces, no había, en Santiago del Estero, religiosas de vida activa. Su consagración a Dios se dio a través de un voto íntimo y personal, como una forma de religiosidad laica.  A partir de entonces, su función fue ayudar a los sacerdotes, enseñar el catecismo a los niños, coser, bordar, repartir limosnas y cuidar a los enfermos.

Las prácticas benéficas le permitían, junto a otras mujeres de vida consagrada –siempre en forma privada-, desarrollar nuevos roles que la ponían en contacto con otros sujetos sociales, incluidos los provenientes de sectores populares, y salir de la esfera doméstica a la que estaban relegadas las mujeres por entonces. En ella primaba el amor, la paciencia y la entrega, tras el ejercicio del apostolado que había elegido por vocación.

Las beatas vivían en comunidad, sin votos de clausura, colaborando con las tareas de los jesuitas. Generalmente, tomaban el nombre de algún santo, por ello, María Antonia abandonó su apellido y adoptó el de María Antonia de San José. Consagrada como laica a la vida religiosa, adoptó como vestimenta el sayal negro de los jesuitas y, junto con sus hermanas en la religión, asistía a enfermos, auxiliaba a los pobres y colaboraba con los sacerdotes ignacianos en la preparación de los ejercicios espirituales, que realizaban periódicamente.

 

La expulsión de los jesuitas y el comienzo de su peregrinar

Cuando, por real orden del rey Carlos III, fueron expulsados los jesuitas, en 1767, quienes estaban bajo su tutela, no sólo temporal sino también espiritual, quedaron desamparados.  El poder alcanzado por la orden de San Ignacio se había tornado ‘sospechoso’ para la corona, que veía peligrar su autoridad. Los jesuitas habían logrado gran influencia entre la población americana, como consecuencia de la instalación de misiones, en zonas donde los blancos no tenían prácticamente acceso, y por el desarrollo de la educación entre nativos y criollos -con su impulso y sostenimiento-, a través de colegios, bibliotecas, universidades y verdaderos centros de investigación científica. Con esta drástica medida, el rey trataba de poner fin a su ascendiente, no solamente en el plano espiritual, sino también en los aspectos científico, cultural y económico.

Sus bienes, que eran muchos y valiosos (propiedades, ganados, esclavos, etc.), pasaron prontamente a manos privadas, diputados como botín de guerra. Los nativos abandonaron las reducciones y  muchos colegios cerraron sus puertas. Las bibliotecas -las de mayor valor en la colonia por la cantidad y variedad de volúmenes- fueron desarmadas y sus libros dispersados. Los ejercicios espirituales que organizaban los religiosos quedaron sin sus figuras rectoras y, como consecuencia, dejaron de realizarse.

Frente al abandono espiritual, María Antonia, que por entonces tenía 37 años, decidió tomar la bandera de los expatriados  y reinstaurar los ejercicios, antes de cumplido un año de su expulsión. Comenzó a transitar, de puerta en puerta, invitando a realizar los ejercicios, bajo la dirección de sacerdotes que la respaldaban y apoyaban. 

Los inició en su ciudad natal y, poco a poco, empezó a caminar los polvorientos caminos del campo santiagueño, expandiendo la práctica de los expulsos a través de los antiguos poblados que salpicaban el camino realSilípica, Loreto, Atamisqui, Salavina y Soconcho. No conforme con ello, decidió extenderlos por los pueblos del noroeste argentino, para lo que solicitó permiso al obispo del Tucumán, Juan Manuel de Moscoso y Peralta, para pedir limosnas por las ciudades principales de la gobernación,con el fin de solventarlos.

La presencia de los jesuitas, a pesar de la expulsión real, se sentía en los ejercicios organizados por la ‘mama’ Antula –como la llamaban cariñosamente en Santiago del Estero-, ahora no solamente destinados a los hombres, sino también a las mujeres, ambos provenientes de distintos sectores sociales. Casa por casa recorría pueblos y ciudades, invitando a las familias a sumarse a los ejercicios y pidiendo limosna para mantener a los ejercitantes.

Las prácticas se realizaban, en un primer momento, en casas particulares, donde los fieles permanecían diez jornadas, reflexionando y orando en comunidad, bajo la guía de un sacerdote. Durante esos días, los participantes se alimentaban con la comida realizada con alimentos donados por la comunidad y preparados por el grupo de beatas consagradas. Así, recorrieron las provincias de Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja.

A los ejercicios concurrían hombres y mujeres, por separado, sin distinción de clases sociales, participando unos y otras con sus criados y sirvientas. En 1777 pasó a Córdoba donde continuó con los ejercicios en la antigua iglesia jesuita, apoyada por Ambrosio Funes -luego gobernador-, con quien cultivó una larga amistad y un interesante epistolario y con quien compartía la admiración por la obra jesuítica.

 

María Antonia en Buenos Aires

Dos años más tarde llegó a Buenos Aires. No le fue fácil insertarse en la capital del virreinato. Tanto el obispo como el virrey se mostraron, en un principio, recelosos de estas mujeres, objeto de burlas, calificadas por algunos de locas o de brujas, como cuenta  María Antonia en cartas que escribió al padre Gaspar Juárez, jesuita santiagueño radicado en Roma, luego de la expulsión.

Tras nueve meses de espera, el obispo Sebastián Malvar y Pinto terminó aceptando su petición y, en agosto de 1780, se abrieron los ejercicios en Buenos Aires. Al principio asistían pocas personas hasta que, vencido el recelo, comenzaron a concurrir cada vez más, según lo relata la propia María Antonia:

"La gente se tira sobre esteras, colchas y colchones. Es necesario que su Divina Majestad y mi señora de Dolores me provean de habitación correspondiente a la multitud de almas que anhelan nutrirse con el mane que adquieren mediante las sabias cristianas reglas que nos prescribió San Ignacio. El alimento(…) lo da Dios muy sobrante, excesivo y sazonado, con que logro complacer a todas las que participan, quien a mas de esta dicha que logro no rehúsan mezclarse las señoras principales, con las pobrecitas domésticas, negras y pardas que admito con ellas"[1].

 

Las barreras sociales se rompían en la intimidad de los ejercicios. La concurrencia era cada vez más numerosa:

 

Hubo tandas de 200 personas y la Providencia fue tan generosa que diariamente sobraba para proveer comida a los presos de la cárcel y alimentar a los mendigos que concurrían a la casa. Conque a la vista de tanto beneficio, le alabo y le doy infinitas gracias”[2].

 

Por acción de María Antonia, la fiesta de San Ignacio, que había sido suprimida  en cumplimiento de las ordenanzas reales, fue restablecida después de diecinueve años. Su labor se desplegaba también en la atención de enfermos, visita a las cárceles y ayuda a los carenciados, con los sobrantes de la limosna que ella y las mujeres que la apoyaban pedían para sostener los ejercicios.  Según el obispo Malavar, en los primeros cuatro años de permanencia en Buenos Aires habían concurrido a los ejercicios unas 15.000 personas,

 

“…sin que se les haya pedido ni un dinero por diez días de su estada y abundante manutención (…) La gente viene desde la campaña, donde viven lejos de las parroquias y de los curas. Unos que nunca se han confesado, otros que en muchos años no lo han hecho, y todos con arrepentimiento verdadero, lloran sus miserias y hacen firmes propósitos de enmendarse. Y en todos se palpa el aprovechamiento espiritual"[3].

 

 

 Por ello Malvar dispuso que

 

"…ningún seminarista se ordenase sin que primero la Beata certificase la conducta con que se hubiesen portado en sus Ejercicios"[4].

 

 En ocasiones, fue el obispo el encargado de dar personalmente las pláticas. Asistían grupos -separados por sexo- y participaban de los ejercicios, conducidos por sacerdotes que confesaban y daban la comunión. María Antonia tenía la virtud de atraer a la gente, no solamente para participar de estos verdaderos ‘retiros espirituales’, sino también para colaborar con limosnas, que hacían posible el sustento de los participantes.

El virrey Juan José de Vértiz y Salcedo, que en un principio objetaba la realización de estas prácticas religiosas, poco a poco cambió de opinión, no solamente por acción de la beata, sino también por influencia de la llegada del ex virrey de Lima, Manuel Guirior, cuya esposa asistía a los ejercicios con mucha humildad y devoción. Vértiz autorizó a María Antonia a trasladarse a la costa uruguaya para continuar su obra, costeándole el pasaje y yendo personalmente a despedirla. Permaneció tres años en territorio oriental -en Colonia y Montevideo- y dejó todo preparado para la instalación de una casa de ejercicios en Uruguay.

A su regreso a Buenos Aires -respaldada por varias mujeres que la ayudaba a atender a los ejercitantes, realizando labores domésticas y enseñando las primeras letras a los analfabetos-, inició una forma de organización religiosa destinada, precisamente, a mujeres que realizaban una vida en común, hacían votos privados, vestían la túnica ignaciana y obedecían a quien presidiera la casa, en este caso la propia María Antonia de San José.

Conseguida la donación de un terreno, y luego de sortear varios impedimentos, inició la construcción de un edificio, con beaterio para mujeres y un hogar anexo, refugio para prostitutas que querían cambiar su forma de vida. Enseguida comenzó la construcción de la obra y entró a funcionar la casa de Ejercicios, aún antes de estar la obra terminada. Allí, además de auxiliar en las prácticas  religiosas y en los ejercicios, las beatas cosían y bordaban ornamentos religiosos y hábitos para los sacerdotes, además de ropa para familias indigentes.

 

Su epistolario

Conocedores de la obra de María Antonia, por el epistolario que mantenía con los sacerdotes expulsados, en particular con el santiagueño Gaspar Juárez -residente en Roma-, los jesuitas hicieron traducir sus cartas a diversos idiomas (latín, francés, inglés, alemán y ruso) y difundieron su labor a través de un opúsculo titulado “El estandarte de la mujer fuerte en nuestros días”[5]. Su fama trascendió el virreinato para expandirse por Europa y Asia, al igual que sus prodigios.

Las cartas que María Antonia escribió al exjesuita Juárez, durante once años, se encuentran en el Archivo di Stato di Roma y fueron recopilados por Beguirztain. Alicia Fraschina analiza la cuestión autobiográfica en el epistolario de la beata, indagando cómo fue construyendo su ‘yo’, como ‘heredera’ de la Compañía, al tomar como objetivo de su misión el lema de los jesuitas “la mayor gloria de Dios y provecho de las almas” [6].

Por pedido del padre Juan Nicolás Aráoz, María Antonia escribió a Juárez narrándole con precisión su empresa: los lugares transitados, las mujeres que la acompañaban y los sacerdotes que daban los ejercicios. Su construcción autobiográfica, en realidad, no sólo está dirigida a los destinatarios de sus cartas, sino que trasciende el tiempo y el espacio, al ser traducidas a distintos idiomas y circular por diferentes países.

Complementa este epistolario, el que mantuvo Ambrosio Funes con el Padre Juárez quien, consciente de la importancia de la obra de María Antonia, instaba al cordobés a que

“…desde ahora  y me alegraría fuese una relación exacta desde cuándo comenzó su felicísima misión dicha Beata: con qué ocasión, con qué medios y auxilios de Dios y de los hombres: el número de Ejercicios que se han dado: y en qué partes: con qué fruto particular: o qué conversiones raras ha habido en dichos Ejercicios; qué contradicciones de los hombres, y qué trabajos personales ha padecido ella, etc., etc., etc., para que de esta suerte se pudiese formar aquí una carta edificante de que resultaría grande gloria de Dios y honor de nuestras Provincias Americanas; y de no poco crédito para en delante de dicha Señora para autorizar más sus misiones, y si alguno de sus confesores o directores de conciencia enviase también por escrito un testimonio de algunas cosas particulares suyas, a que ella diese primero licencia, y declarase con humildad de espíritu  y sinceridad de corazón, sería muy acertado y daría mayor realce para dicha carta edificante”[7] .

 

El fruto de las cartas de Funes a Juárez, fue El estandarte de la mujer fuerte, opúsculo anónimo, verdadera hagiografía de la beata –descripta como una heroína-, a quien el autor compara con los apóstoles, santos y figuras bíblicas, aunque la describe, también, según la concepción de mujer, vigente en la época:

 

“…mujer de edad avanzada, ignorada, pobre, sin poder, sin crédito, sin autoridad, sin talentos en apariencia, y aún casi sin razón (…) es el imán, la veneración y aprecio de cuantos la oyen y miran pues en ella está el dedo de Dios  acreditando el imperio de los débiles”[8].

 

María Antonia, en su construcción personal de la vida jesuítica, apeló también a imágenes mediadoras, puestas en evidencia durante las celebraciones o en su vida diaria: el Nazareno, que sacaban en procesión por las calles de Buenos Aires los jueves santos; su Manolito –un cristo niño sobre la cruz- que llevaba al cuello y al que atribuían capacidad milagrosa[9]; la virgen de los Dolores, imagen de María presenciando la muerte de su hijo, que perteneció a la antigua Compañía de Jesús, y San Cayetano, ‘santo de la providencia’, cuya veneración inicia en la Argentina.

 

Muerte y legado

El 7 de marzo de 1799, a los 69 años, María Antonia de San José murió en Buenos Aires. En su testamento  dio cuenta de sus actos y dejó encomendado, expresamente, que una mujer debía hacerse cargo del gobierno económico de la Casa de Ejercicios. Con ello dejaba sentadas las bases de lo que fue, más adelante, la congregación de Hijas del Divino Salvador. Sus restos se encuentran sepultados en la iglesia de la Piedad. En 1905 se inició el proceso de beatificación y canonización y hoy todavía se espera, de  la Santa Sede, su aprobación. En mayo de 1929, Pío XI la declaró venerable.

La primera ‘rebelde’ santiagueña, consiguió dignificar el papel de la mujer, cumpliendo funciones vinculadas culturalmente a la maternidad, en las que primaban el amor a Dios y a sus semejantes -en particular a los más necesitados-, la entrega, la paciencia y el brindarse en esta misión, que derribaba barreras sociales, ya que se preocupaba también por los pobres, los presos y las prostitutas y, a la vez, le permitía cumplir su apostolado.  Supo también relacionarse con el poder político y religioso, papel que hasta  entonces sólo desempeñaban los hombres, sin dejar de lado los rasgos femeninos que la sociedad de la época le asignaba a las mujeres.

Si bien los roles que desempeñaron las beatas fueron prolongación de los tradicionales, el grupo tuvo que aprender otros, nuevos para las mujeres de entonces, relacionados con aspectos legales, contables, etc. Sin lugar a dudas, y mirado desde una perspectiva histórica, María Antonia contribuyó a consolidar el papel de la mujer como sujeto social, de allí que se reafirma su denominación de “primera rebelde santiagueña”.

 

Bibliografía

Barbero, Estela (2002): Mª Antonia de Paz y Figueroa. La mujer fuerte; Fundación Mater Dei, Rosario.

Blanco, José (1942): Vida documentada de la Sierva de Dios María Antonia de la Paz y Figueroa fundadora de la Casa de Ejercicios de Buenos Aires, Amorrortu,  Buenos Aires.

Beguiriztain, Justo (1933): Apuntes biográficos, cartas y otros documentos referentes a la sierva e Dios María Antonia de la Paz y Figueroa; Baiocco; Buenos Aires.

Bruno, Cayetano (1970): Historia de la Iglesia en la Argentina; V. VI; Don Bosco. Buenos Aires.

Fraschina, Alicia (2004): “La cuestión autobiográfica en el epistolario de María Antonia de San José, Beata de la Compañía de Jesús,  1730-1799”, en Congreso internacional del monacato femenino en España, Portugal y América, 1492-1992, Universidad de León.

Gorostiaga Saldías, Leonor ((2008): María Antonia de Paz y Figueroa. La Beata de los Ejercicios (1730-1799): Dunken, Buenos Aires.

Miglioranza, Contardo (1989): María Antonia de Paz y Figueroa, La beata de los ejercicios; Misiones franciscanas conventuales; Buenos Aires.

Olaechea y Alcorta, Baltasar (1909): Vida religiosa de Santiago del Estero, Santiago del Estero.

Tenti, María Mercedes (28 de marzo de 1999): La primera rebelde santiagueña,María Antonia de Paz y Figueroa” en  El Liberal; Santiago del Estero.

Tenti, María Mercedes (julio 2002): “La beata de los ejercicios: María Antonia de San José” en El Liberal, Santiago del Estero.

MARÍA MERCEDES TENTI

Doctora en Ciencias Sociales (Historia). Profesora e investigadora de las Universidades Católica y Nacional de Santiago del Estero. Libros: La industria en Santiago del Estero, El movimiento obrero santiagueño en la gestión presidencial de PerónHistoria de Santiago del Estero desde los orígenes hasta el período ibarristaHistoria  de Santiago del Estero desde los primitivos habitantes hasta fines del siglo XIXLa reforma del Estado santiagueño. Posee numerosaspublicaciones especializadas sobre historia santiagueña, argentina y latinoamericana. Académica del Instituto Nacional Sanmartiniano y de la Academia de Ciencias y Artes de Santiago del Estero, Miembro de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, de la Sociedad Argentina de Historiadores, de Historia a Debate, de la Sociedad Argentina de Historia de la Educación y de la Asociación Cultural Sanmartiniana de Santiago del Estero.

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