PABLO LASCANO (L. ALÉN LASCANO)

Pablo Lascano

Un precursor de la literatura regional.

Por Luis Alen Lascano

Había nacido en Salavina, tierra de originales perfiles autóctonos y antaño floreciente producción agrícola y comercial, en Agosto de 1854, y a pesar de no corresponderle la primogenitura, se le bautizó con el patronímico familiar, que desde entonces, deslindando los vínculos de sangre, cobraría por él, distinta y permanente relevancia. Pablo Lascano, combatiente político, opositor y revolucionario, parlamentario o funcionario público, diplomático y señor mundano de cautivante distinción, es para nosotros los santiagueños que le buscamos conocer por no haberle alcanzado físicamente, algo distante de todo eso, que sin ser más aquello, en el conjunto totalizador, confiere a su figura dentro de la cronología y no lejos de las valoraciones, el rol fundamental de iniciador y fundador de nuestra vida intelectiva; porque Pablo Lascano, nada más y  nada menos; es quien inaugura como acto consciente y personalmente heroico de una vocación premonitoria, la faena literaria, en lo que hasta entonces era actividad virgen y hoy puede considerarse, autónomamente, calificada historia de las letras santiagueñas.

Verdaderamente sólo dos grandes escuelas formativas nutrieron su personalidad, pero con tan formidable y sentimental adhesión una, y tan dispar, errante y necesitado ejercicio la otra, que de ambas extrajo las dos grandes esencias de que constaban su carácter y su cultura. La primera, fue la del hogar, donde conoció el cultivo moral que dio rigidez insobornable a su conducta y fue preparado en los cánones de una educación desgraciadamente interrumpida por azares económicos, bajo el ejemplo permanente de sus dos mejores maestros: don Pablo Lascano padre, y su hermano mayor Manuel que dejó una huella imborrable en toda su vida.

La segunda gran fragua modeladora la constituyó el periodismo, que desde antes de los 20 años comenzó a ejercer como acuciante necesidad de expresarse y sacerdocio espiritual, mas que metódica profesión o vehículo proselitista; y antes que entrar a hablar de la obra impresa concreta que nos ha legado Lascano, tendremos que detenernos en estos dos especiales y confluyentes aspectos suyos que tanto explican sus posteriores inclinaciones, pues sin ello, tampoco podríamos interiorizarnos de las fuerzas gravitantes en su obra.

Ambulando por La Rioja y por las provincias vecinas, su fama y sus amistades fueron creciendo parejamente, hasta que reclamado en Buenos Aires aportó con su pluma en las lides metropolitanas, donde conoció a Sarmiento y a su lado, actuó como Secretario suyo en la Comisión Popular de ayuda a las víctimas del cólera, ganando su confianza y compartiendo su intimidad. En esos días comenzaron a ver luz en el periodismo, las primeras semblanzas, escritas como homenaje a la amistad, en forma de “medallones” sobre condiscípulos, amigos o políticos de su afecto, y en las que hacía resaltar las características más singulares de cada personalidad con gracia anecdótica a la par que valoración de méritos o talentos. Esto explica que versen sobre ejemplares no santiagueños del todo, aunque Lascano, emigrado de su tierra llevaba consigo ese “paisaje espiritual” que alentaría su autenticidad y sobre el que volvería en los temas inmediatos.

Llegarían como ecos extraños, en la tranquila fisonomía de sus habitantes, los comentarios que desde Buenos Aires hablaban de “Siluetas Contemporáneas” y los primeros ejemplares se exhibirían entre la curiosidad y la indiferencia de los demás, pero también, el estímulo confortante de algunos escogidos. Impreso por la casa Jacobo Peuser, en volumen de 343 páginas, no nos ha sido posible determinar la cantidad a que alcanzó su primera y única edición, de 1889. Las prensas locales, pocas e insuficientes, apenas cubrían las necesidades de periodismo o las hojas impresas, casi siempre políticas. De ahí que el mérito de este libro, corra parejo al de su edición, en aquellos tiempos, con la halagüeña advertencia  preliminar que firmaban sus editores, donde se aclaraba: “Bajo el modesto título de “Siluetas Contemporáneas”, el autor ha reunido en páginas fáciles y abundantes, colores o notas que tienen un interés dramático a la par que histórico y sociológico. Cuando estudia un carácter, al punto aparece una costumbre, una situación especialísima de los hombres y cosas de este país, y con una franqueza sólo comparable a la sinceridad que le anima, fija los jalones para que los otros cultiven más tarde en los surcos de los terrenos por él explorados, la vida argentina en sus múltiples faces”.

En las “Siluetas” como es lógico, campea la valoración personal por el hombre, no abstractamente considerado, sino como sujeto activo de la comunidad y la historia, con sus alegrías, sus dolores y sus grandezas. Vibra ese humanismo individualista, que como herencia carlyleana, nos retrata actores, en grande o pequeña escala, de la epopeya vital a través de los tiempos; convertidos en palancas motrices de la evolución, y que para Lascano se pinta en la sobriedad de pocos trazos, sea humilde o famoso el agraciado. Desfilan sucesivamente los primeros compañeros de la juventud, las figuras relevantes nacionales, los personajes típicos del ambiente santiagueño y algunos personajes del pasado provinciano, en episodios de relieve tradicional en la anécdota lugareña, sumando un total de 24 capítulos, sin prelación sistematizada, con el órden que les adjudicamos nosotros.

Dentro de la primera categoría, sobresalen las que dedica a Luis Ponce y Gómez, Alejandro Vieyra y Julio Lezana, donde la gracia retozona de la mocedad se une a la calidad anecdótica que lleva a grave elocuencia en ocasiones trágicas y solemnes. Entre las segundas, las de Avellaneda por su justa valoración, la de Sarmiento, por la sencilla intimidad con que revela aspectos desconocidos de sus hábitos domésticos retratados con escorzo con sus costumbres familiares ignoradas por la idolatría póstuma y que por serle tan accesibles le hacen buscar en la silueta “el otro”- chez lui- Sarmiento; la del Dr. Manuel Lucero, Rector de la Universidad de Córdoba, cuyas discusiones parlamentarias, reformas educacionales y proverbial caballerosidad, están matizadas con una fina ironía que conmueve elegantemente por la vivacidad del cuadro; y la del don José Posse, una institución tucumana “el único” que tuteaba a Sarmiento, con quien eran “hermanos siameses en ideas, en temperamento literario, en genialidades”.

Salvo algunos condiscípulos de la infancia santiagueña que ocupan los primeros lugares, hasta aquí las “Siluetas” pudieran también llevar la firma de cualquier escritor de plástica habilidad para el buril por la universalidad de los momentos, sin definir aún a una literatura genuinamente local. Pero de improviso, los cuadros cambian con vivos contrastes y aparece frente a las pupilas, toda la expresividad soterrada del alma provinciana, expuesta con despreocupada sencillez por vez primera, y comienzan a desfilar los cuadros regionales, con fuerte impregnación del paisaje natal. Lo más interesante de esta parte verdaderamente nuestra de las “Siluetas” es que ellas se dirigen sin afectación ni falsa conmiseración hacia las vides humildes y los temas socialmente menospreciados de aquella época, para extraer de todo eso, con hábil pintoresquismo, las mejores descripciones del libro.

La imagen de “la negra Manuela” revendedora del Mercado de su manumisión de la esclavitud y víctima de las picardías infantiles, es una reivindicación al trabajo infatigable con que el elemento de color contribuyó en nuestra primera sociedad. La de Julicho “el ciego de Millij” mendigo callejero que junto a su ingénita pobreza guardaba en el fondo de su excelencia espiritual, la firme lealtad a sus ingenuas convicciones políticas por el partido “alcortista”, demuestra sobradamente como hasta las más ínfimas secciones de nuestra masas populares conservaban con lealtad su preocupación por el destino de las comunidades, con un antioligárquico concepto de la misión y representatividad gubernativa, que la larga incumbencia popular en el viejo régimen federal había sedimentado en el carácter de todo nuestro pueblo sin exclusiones. El capítulo se presta a la meditación sociológica, en los rasgos vitales que todavía no ha perdido el santiagueño autóctono, que como éste, antepone el ideal y la consecuencia a todo interés, pues como se expresaba: “gratis et amore se desgañitaba echando abajo a los que reputaba sus adversarios políticos. A don Bartolo, por ejemplo, lo ha muerto ciento y una vez, pues no le perdonó nunca el triunfo de Pavón”, lo que si bien era un reflejo de la protesta interior por la subordinación en la que habían caído nuestras regiones ante el centralismo, era también un índice de sensibilidad y advertimiento político para con los hombres responsables del nuevo órden.

El “maestro Bonifacio” viejo barbero de Santiago se nos aparece con su ruda franqueza, reclamando la benevolencia de los parroquianos “que aún recuerdan la sangre que perdieron al contacto con su cruel navaja”; y por último, Francisco Lares, alias “el negro Sina- Sina” chasque, mandadero y cantor de almacén, que “haciendo un número de 4 de sus luengas piernas, cantaba un triste con infinita delicadeza”. Esa estampa, verdaderamente antológica, nos reservaba otra sorpresa: Lascano refiere una aventura casi mitológica del protagonista y concluye explicándola con audacia anticipada, haciendo gala de razonamiento lógico digno de la más adelantada premonición científica moderna. Mientras Sina- Sina repicaba en la antigua Catedral para la procesión tradicional de la Virgen del Carmen, su fervorosa devoción lo lleva a inclinarse demasiado en la baranda del campanario y caer de ella, entre el pánico general. Más, restablecida la calma, los feligreses contemplan asombrados que la víctima ya dada por muerta, se levanta del suelo “contando a los que le rodeabanque podía bailar un gato zapateado… (y) más tarde el negro solía decir que cuando se sintió en el aire…hizo promesa… en nombre de la Virgen y que a eso se debía la integridad de sus costillas”. Lo menos que sed ijo allí, fue que milagro tan notable patentizaba fehacientemente el poderoso influjo de la Virgen, pero don Pablo se propone concluir con sus inquisiciones en busca de la verdad del episodio, y entonces apunta en tono precursor: “Lares estaba de poncho el día de su caída. Naturalmente, como el viento era recio, tomó al sujeto en circunstancias favorables convirtiendo al poncho en un excelente paracaídas y he aquí, explicado a la luz de la ciencia el fenómeno. Y desde entonces el joven pasó a la leyenda, y el hecho corrió de boca en boca, multiplicando devotos”.

Finalmente, la obra se adentra en algunos episodios tradicionales de la historia provinciana y emparenta la prosa del autor con las mejores inspiraciones narrativas de los “Retratos Históricos” de don Vicente Fidel López, por la intimidad sin dramatismo de las escenas y ese sabor de convivencia y frecuentación natural en que se mueven los personajes cercanos a nosotros. Así nos enteramos de las peripecias desgraciadas del francés Miguel Sauvage, boticario en la época de Ibarra y fusilado por falsificación de nuestra “moneda ibarrista” luego de haber intentado sin éxito el asesinato del Caudillo- Gobernador.

Así, también, detrás del romántico ejercicio médico del Dr. Sabino O’ Donell, somos interiorizados de la sociedad tucumana del año 40, “que después de Lima atraía con fuerza irresistible” por la belleza femenina y su generosidad amatoria, desde donde vino a anclar en Santiago aquel curador aventurero de corazones y percances.

La invasión unitaria de don Javier López a Tucumán en 1836, le sirve para describirnos las desventuras de uno de sus lugartenientes el comandante Balmaceda, que reclamado por Ibarra para saldar viejas deudas, terminó en el suicidio cuando fue deportado a Matará sumido en crueles padecimientos, y de paso, la reconstrucción se anima con la presencia del general Alejandro Heredia “doctor en ambos derechos” a quien, no es ociosos decirlo, conocía por la tradición familiar, pues fueron compañeros de estudios en Córdoba con don Francisco Javier Lascano, abuelo de don Pablo, a quien acogió brindando asilo cuando debió huir después, de la persecución de Ibarra, y el que transmitió a los suyos las muestras de aquella gratitud, junto con el justiciero juicio re- valorativo.

Con esta última parte finaliza este breve análisis de las “Siluetas Contemporáneas” para su ubicación actual en nuestra literatura. Obra de popularidad descriptiva, si cabe decirlo, sobrevivirá no sólo por su ubicación cronológica, sino también, debido a sus imágenes regionales que instrumentan y dan expresión al sentimiento y al paisaje vital de aquel Santiago. Con ella se inicia nuestra actividad intelectiva constante, y es digno señalarlo, que corre a su lado, en pareja genealogía, la presencia y la urgencia social que en ella palpita, con la bonhomía convencional de su época; pero denotando la cultivada aunque inmadura preocupación terrígena y popular que alienta la vida de Pablo Lascano, en demostración de que, ello no fue obstáculo nunca a la formación humanista clásica en estudiosos como éste, que al tecnicismo de su dominio estilístico agregaba el culto sentimental por las cosas del diario vivir provinciano, y se valía de esa aleación para la forja artística capaz de hallar siempre la veta de nobleza en los temas que acogían la humildad sencilla de nuestros bienes sedientes.

La militancia política que complementaba esta faceta de su personalidad, le sustrajo del quehacer intelectual para sumirlo, siempre con suerte adversa, en el torbellino pasional de aquellas horas convulsas. Interrumpida la creación del espíritu de manera consagratoria, perdimos al escritor para ganar al estadista de infructífera lucha, y solo en los días finales, ya retraído del vivir político al ser superada su vieja época por la democracia que renacía con otras direcciones, intentó volver a la faena creadora dando vida a nuestra novelística, pero ya cuando la fuerza se le escapaba de la pluma.

No obstante, en todas estas actividades, sacudió la medianía ambiente, para enaltecerse con su talento, y así, cuando es elegido candidato a Gobernador en 1912 presenta el primer y concreto programa de gobierno, adecuado a las necesidades económicas y a la reconstrucción hídrica y demográfica de Santiago que denotaban su caudal práctico de capacidades en una era de improvisadores, para la gobernación, malogradas por la derrota con que le victimaron los círculos oligárquicos del poder. Antes, cuando como Ministro de Gobierno preside las ceremonias conmemorativas del centenario del Coronel Lorenzo Lugones, enfrenta los formulismos protocolares y desde la tribuna inicia la reivindicación histórica del precursor y mártir de nuestro federalismo interior, Teniente Coronel Juan Francisco Borges, cuyo reconocimiento en la posteridad destruye los prejuicios facciosos del pasado. Luego, difunde en una conferencia de enjundiosa desde Lisboa, el potencial argentino en su desarrollo del primer siglo independiente, en 1910, y la tribuna europea le vale su entrada a la Sociedad Académica de historia Internacional que le hace miembro de ella, o estudia y propone una planificación adecuada para extraer los mejores beneficios del comercio argentino- portugués; y siempre, cualquiera fuese su actividad, en ella deja impresos los rastros de su espíritu superior, elevándola a la dignidad a la altura de su propio nivel intelectual.

Si Pablo Lascano no alcanzó a publicar más tarde, otra obra literaria orgánica, practicó en cambio, entre cada descanso que le permitía la militancia política, este otro tipo de labor intelectual, la que brinda el periodismo, no menos importante ni digna para el creador que lleva dentro un mensaje que transmitir, aún robándole tiempo al tiempo.

De la primera época referida, data su articulo costumbrista “Trajes y colores”, su ingeniosa introducción al “Almanaque Humorístico” de Daniel Soria en 1899, y su semblanza de “Luli Becerro” popular personaje del pasado, cargado de filosofía barata, descendido a motivo de burlas y que en la misma línea de su emoción correctora le hace exclamar: “A Luli le han cambiado todo, hasta el nombre de Lorenzo Santillán, lo han convertido en Luli Becerro; de comprador de frutos en regular escala, en vendedor de gallinas y cabritos que adquiere entrándose subrepticiamente en las casas o invadiendo los apriscos en las horas de las sombras densas; de hombre serio en algo risible y payasesco… y anda por ahí, en nuestras calles y plazas, ofreciendo el tristísimo espectáculo de la decadencia. La sociedad, el medio ambiente, tiene una principal colaboración en estas dolorosas mutaciones de la especie humana. Luli es tal vez, víctima del egoísmo o de la imbecilidad de los pueblos”. Es la misma docencia expresiva que a través de la literatura, servíale para deducir siempre la moraleja oportuna o el disconformismo social.

Al segundo período corresponden las páginas compiladas en 1927 por el Dr. Víctor Lascano, en el libro póstumo “Discursos y Artículos”, donde aparecen, entre otros, “La Chola Tucumana”, evocación y despedida de este original tipo racial que alegró los campamentos con la ligereza de su genio y que desaparecía “corrida por el progreso, por los ferrocarriles y las escuelas normales que modelan de otro modo el alama de las generaciones”; “En el país de los Tucus”, descripción de alto valor estético sobre la belleza del paisaje nocturnal santiagueño donde la inspiración literaria corre pareja a la hilación narrativa; “La lucha por el agua” visión dantesca del padecimiento de nuestros pueblos donde la sequedad de la tierra es tan viva que empolva nuestra emoción con la energía del relato, escrito con humanizado realismo; y “La Loretanita” figura de humilde rango a quien la belleza del retrato ennoblece con mística ternura por su contraste doloroso con el progreso mecánico que le es ilegible a su ingenuidad aniñada y campesina.

En estos relatos, como en todas las producciones de Pablo Lascano, el motivo central de sus temas, está dado por el relieve con que surgen a la efusiva exhibición del lector, las vidas anónimas y modestas, pletóricas de generosidad en sus rasgos, y elevadas más allá de los recursos del oficio, por la espontánea maestría de la pluma. Fue el cantor y el cultor del valor nativo, ascendido del pintoresquismo efectivista y satirizante, a una dimensión plástica ecuménica y a una jerarquización social eminente.

Lo notable de esta sección de los “Discursos y Artículos” es la incorporación de lo que pudo haber sido su mejor obra. Una novela de tinte histórico que titulaba “JUALLO” y que buscaba evocar las vicisitudes pobladoras de los colonizadores fundacionales llegados a la vieja villa de Salavina en el siglo 18, con sus afanes progresistas y productivos capaces de convertir a la región en próspera zona de los cultivos exportables del trabajo agrario provincial. Se fundaba para ello en viejas leyendas familiares, pues sus antepasados habían pertenecido al núcleo originario de Salavina, que fue cuna de su mismo nacimiento y estaba enclavada en lo profundo de su corazón.

Desgraciadamente su enfermedad y luego su muerte en 1925 impidieron la continuidad de su trama novelística y quedaron esas páginas iniciales y fragmentarias  que su hijo el Dr. Víctor Lascano rescató del olvido y nos hizo conocer en ese libro póstumo. Y debemos recordar asimismo que por iniciativa del mismo Dr. Lascano se editó en 1970 una última publicación de los escritos de Pablo Lascano titulada “Mis Bosques” que tuvimos el honor de prologar con un exhaustivo estudio de la vida y de la obra del autor. Eran según su subtítulo “Cuadros y Tradiciones Solariegas”, en el estilo de sus “Siluetas”, con vívidas pinceladas  sobre los viajes en mensajerías, el melero, el pintor Felipe Taboada o una evocación del clérigo de las misas y el viejo de provincia. De tal modo no le abandonó su vocación literaria y quedó a salvo de los ajetreos de su vida política, marcada siempre con signo adverso y una sentida premonición democrática. Ocupó tres veces el Ministerio provincial, en los gobiernos de Luis G. Pinto, Maximio y Adolfo  Ruiz, Senador Nacional electo en 1892, Presidente del Consejo de Educación en 1893, Diputado a la Convención Reformadora de la Constitución Nacional en 1898, Secretario de la Junta Gubernativa en la revolución santiagueña en 1892, Cónsul argentino en Lisboa en 1910, candidato a Gobernador por el Partido Demócrata en 1912, Presidente de la legislatura y Gobernador interino en 1883, y funciones docentes, culturales, periodísticas y sociales en aquel Santiago, pero por sobre todo lo enaltece y confiere perdurabilidad el haber sido precursor de nuestra literatura regional con títulos indiscutibles que le confieren inmortalidad.

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