JUAN A. FIGUEROA (E. J. MAIDANA)

DON JUAN A. FIGUEROA

 En el atardecer el pedemonte languidece. Hay un ademán  de cortés despedida entre los pliegues del faldeo. El espacio que se disputan valles feraces y montes de módica alzada, sabe de nombres rotundos: Ascochinga, Sinsacate. A algunos los atravesaba el camino real al Alto Perú. Pero interesa Tulumba, fundada en 1794 por el Marqués de Sobremonte, ruta de carretas y regimientos que alborotaban silencios cansinos.

 Callejas de hondas soledades y aromas silvestres, tajeadas por el agua llovida, las anduvo  Santos Pérez  cabecilla de los matadores  de don Juan Facundo Quiroga, quien desoyendo a don Juan F. Ibarra, ni escolta aceptó. Era febrero, en 1835. Círculos de oscuras agorerías sobrevolaron el valle.

 Por  deturpación del híbrido aymara-quichua significa “de sus ancestros“. Para el historiador don Luis Calvimonte antiguos documentos llaman “tunumba” a  un cerro cercano[i] Don Juan A. Figueroa, nació ahí el 21 de agosto de 1864. Cada verano volvía a descansar y seguro se topaba con las sombras trágicas de aquel febrero. Calvimonte me dijo que un panteón magnífico de piedra-granito en ruinas, guarda los restos de Daniel Figueroa y su esposa doña Encarnación Moyano.

 

Tulumba, firme a   despecho de los siglos, evoca ancestros indios. Y de españoles que regresaban distintos: tenían el color, el acento y el modo Indiano: según Antonio Machado en el romance de Alvargonzález. La memoria sospecha de desaparecidos negros, reemplazados por cholos, luego mestizos, que desde el trasfondo adumbran y celan la identidad del criollo[ii].

 

Uno de éstos, don Juan tras la primera etapa, que a la sazón era la mocedad tirando a adultez, hilvanó trasiegos que lo llevaron a Rosario, Buenos Aires, Córdoba y estudiante secundario frustrado por la pobreza, comerciante en Quilino a invitación de su hermano mayor Ruperto al que imitó en el oficio de telegrafista, dice al pie de sus memorias: “24 de junio de 1886. Parto a establecerme en Santiago del Estero.” Su voluntad acordó  con el destino.     

 

Del escrito vuelan suspiros hacia Santiago. Pese al aura romántica, no era un sentimental: cenceño y de tenso vigor, en las fotos luce la estampa de un varón cabal. Época, de pagos soledosos y rudos, con aires de amena facilidad y duras exigencias que de tan naturales ni pesaban, y ni abrumaban si dolían, nada demoraba la hombría ni había melindres para aniñar mujeres. A los 22 años, ya un hombre, llegó con Ruperto.

 

Hacía dos años el gentío proveído por 15 mil vecinos, más los azorados paisanos venidos del campo, aplaudieron el tren que pelando silbos paró jadeante frente a la Casa de Gobierno. La ciudad que siglo y medio fue “menos que un cortijo” a punto de disolverse en la nada, según un gobernador, desperezaba escepticismos y se ponía de pie. ¡Había sobrevivido!    

 

En un reportaje al diario Crítica (1935), cuenta:

 

“Fui a Santiago del Estero a implantar el teléfono y a poco nomás tenía que meterme a periodista obligado por las circunstancias de que la agrupación política a la que pertenecía, la Unión Cívica Nacional, necesita un órgano de opinión. El comité de la juventud a la que yo pertenecía resolvió fundarlo y de ahí es que yo me puse al frente de la empresa.”  No pensaba ser periodista.

 

El 20 de setiembre, tres meses después, los Figueroa inauguraron el primer servicio telefónico. La tecnología prometida por la modernidad, asomaba.   En la mitad de la amplia casa construida en 1840 para los Taboada se alojaron ellos y su empresa, incorporándose a la política y la sociedad.

Dice Luis Alen Lascano:

“Santiago ya contaba con los elementos mecánicos de la nueva era. Afin a esas transformaciones la firma Juan y Ruperto Figueroa instaló el servicio telefónico local, favorecido por una subvención legislativa destinada a estimular el servicio. Acordaba la suma de 150 pesos mensuales durante cinco años, a cambio de facilitar veinte aparatos sin cargo que la empresa ponía al servicio de las oficinas gubernativas.”[iii]

Modernidad que convocando con su victorioso Laicismo, proponía una Reforma a nombre del Liberalismo. En la Nación formalmente constituida, la Patria debía acabar la incipiente estructura del Estado, según empezó en 1853 y que en nuestro muy local des-tiempo insobornable, escampaba de a poco entre tropelías sin propósitos de enmienda.

 

La Reforma inglesa parió una aristocracia con lo confiscado a la Iglesia, que limitó al Rey e inventó el parlamentarismo[iv]. Veamos los efectos: la inglesa olvidó a los pobres y campesinos que quedaron sin amparo, y entre nosotros el pobrerío sin valedores que los protegieran y les dieran identidad, tan pocas veces  halló solución en el liberalismo fagocitado por el capitalismo, que ni siquiera se acuerda de que alguna vez lo hallara. También remedó una aristocracia rica, con pujos institucionales, y, en verdad,  con empeños  de nobleza.

 

Entonces en España se hablaba de institucionalidad e instituciones. La escuela de Giner de los Ríos troquelaba institucionistas. La Racionalidad debía ser faro  y lente de la ciencia y la técnica. En su nombre, agnósticos y ateos aventajaban turnos a las  puertas abiertas para los libre-pensadores, de la mano de Comte con sus dogmas y ritos: que en Brasil tuvo una iglesia, papelón del que la Argentina se salvó.

 

Alexis Carrel, académico francés, converso  al catolicismo en Lourdes, lo publica firmando “Lecarrac” para evitar la exclusión de sus pares. E Ignacio Leep, francés, militante marxista, filósofo en universidades rusas, converso y luego jesuita, en 1962, resumió así la cuestión: “hay dos monstruos gemelosel laicismo y el clericalismo.”[v]

 

Las sociedades secretas explican el auge de la masonería orientada a  la cultura y el  poder: iniciación, aceptación y juramentos,  típicamente religiosos, para atravesar el peligroso campo de la política, en su caso con quienes adoraban la nueva deidad, abstracción imponente que éramos todos y nadie: la Humanidad, desde sus respectivas funciones estatales en el servicio público y la cultura. Exagerando, Jorge A. Ramos dijo que los jesuitas eran al cristianismo lo que la masonería al liberalismo[vi].    

 

Don Juan fue masón.  Copia el acta de la tenida del 21 de julio de 1860 en la que reciben el grado 33: el presidente Derqui, Mitre, Sarmiento, Gelly y Obes y Urquiza. Actores del drama de la escisión porteña que radicaliza las ideas aludidas en nombre de Dios sin religiones (discurso de bienvenida), que el interior rechaza en nombre de la religión con Dios. Quizás en la evolución de Figueroa y los Castiglione desde El Liberal,  comenzó la síntesis cultural que nos debemos.   

 

En la “casona de hombres solos”,  calle Buenos Aires 46, hoy en ruinas, se gestó parte de nuestra historia. Allí, reitero, fue a vivir don Juan ¿por mitrista ferviente o por masón o por las dos circunstancias? ”

 

Don Héctor D. Argañarás, evocó esa casona:

 

“De fiesta estaba la casa

la casa del 46

de la calle Buenos Aires,

en aquel noviembre tres…”

 

Entre los papeles a los que tuve acceso gracias a  su nieta doña Cristina Sánchez Figueroa, hay  el borrador  de un discurso leído por él en una sesión masónica, que parece fecharse en 1920:

 

“…un gran acontecimiento nos reúne en este lugar, y es la iniciación de tres hermanos que si bien no son funcionarios públicos, son hombres meritorios y útiles, que llenos de fe y fortaleza se incorporan a la Logia Voluntad para trabajar por los altos destinos (…) quiero aprovechar para robustecer nuestro vínculo y nuestra alta influencia, recordando que la Masonería es una orden moral fundada en principios laborales, en el amor a sus semejantes y en la caridad”.

 

Un trabajo del Dr. José F.L. Castiglione dice:

 

“Toman en locación la mitad de la amplia casa, se vinculan con gente representativa de la sociedad, de la política y el comercio y abrazan como bandera de militancia cívica la que distinguía a los mitristas. La persecución política no hizo concesiones ni a estos hombres, obligándoles a vender a precio vil la empresa telefónica.”[vii]  

 

Don Juan cuenta a Crítica:

 

“Siempre será curioso decir que esa aventura revolucionaria nos costó la pérdida de la telefónica, pues el oficialismo nos echó encima una nueva empresa, llenándola de auspicios y facilidades, así como mandando que se abonaran las oficinas públicas. La empresa se vendió 17 años después por 160.000 pesos.”

 

¿Error de memoria o de imprenta? esta cifra corregiría a Castiglione, sino hubiese sido una gran fortuna: 400 sueldos de gobernador, y la familia no recordare que nunca fueron ricos

III.

De 1886 a 1898 es tiempo de adaptación para don Juan: no es fácil entender y acomodar índoles. Llegó a mitad del sangriento proceso que arranca con la caída de Los Taboada que erraron en las presidenciales apostando a Elizalde y Mitre. Santiago sufría la revancha cruel  a manos de Sarmiento y de Nicolás Avellaneda. Vendrá la primera intervención federal: vejado aquí Absalón Ibarra dos veces gobernador, sin un cobre se suicidaría en Buenos Aires; por los montes corridos los Taboada. Antonino murió pobre en Tucumán.

 

Ayuda a conocer el personaje entender su tiempo. Saber que el pringue sucio que chorreaba en la política caía a la vida social, como lo advirtió Francisco Vivanco, diputado cordobés:

 

“En Santiago el antagonismo existe no porque las instituciones sean vetustas, sino porque la organización social es atrasada y la constitución que los rige les hace arrugas por todas partes. Los ciudadanos sólo saben forjar y manejar las armas (…) Como tipo social, Santiago es de una organización primitiva. Los habitantes viven una vida simple, monótona, homogénea, reducida y no han llegado por lo tanto a la heterogeneidad que caracteriza a las civilizaciones modernas”[viii].

 

Sobre la revolución don Juan dice a Crítica:

 

“Fue contra la clausura del comicio decretada por el oficialismo de la época (José Domingo Santillán). La revolución triunfó pero el presidente Figueroa Alcorta dispuso la inmediata reposición del gobernador depuesto. Sin embargo el movimiento tuvo consecuencias saludables porque anuló al candidato oficialista Luis G. Pinto, viniendo en su reemplazo el Dr. Dámaso Palacio una alta figura de la política de aquella época.”

IV

La réplica de los Taboada a Sarmiento trazando el ferrocarril por Frías, fue comprar acciones y contratar el 25 de julio de 1870 con el Ferrocarril del Gran Chaco para una línea de Santiago a Esperanza y al Paraná; 1876/78, gobernando el presbítero Baltasar Olaechea y Alcorta se otorgaron beneficios fiscales a Pedro Saint Germain para su ingenio azucarero. Datos indicadores de un proceso que urgía exportar[ix].

 

La edad agrícola y civil coincide con Absalón Rojas (1886/1892), etapa en la que Luis Alen Lascano ve una “refundación” de la ciudad-provincia. No del aire en ese período de 1875 a 1898, surgen treinta periódicos y hojas diversas. La imprenta era noble mensajera o arma temible. El Liberal, cuyo primer ejemplar don Juan A. Figueroa remató a cuatro pesos en el patio de la “casa del 46” la tarde del 3 de noviembre de 1898, pudo haber sido una hoja del viento político. Fue su primer director el Dr.  Ramón Castro. El asesinato del diputado nacional Pedro García y la intervención federal al gobernador Adolfo Ruiz trajeron a  Manuel J. Aparicio del diario La Nación, que escribió el primer editorial.

 

Los periódicos y hojas de El Guardia Nacional (1859) a El Norte (1941) superaron con holgura los 200: para José Castiglione fueron el doble los no documentados. La tertulia seria y la camaradería festiva de la “casa de hombres solos”, quedo atrás. Tres periódicos: Unión Nacional, La Provincia y La Época salían con El Liberal y resumían los temas de acaloradas confrontaciones.

 

Sarmiento-Alberdi discutieron la prioridad que para uno eran los derechos civiles y para el tucumano los políticos. Liberal era, entonces, sinónimo de magnanimidad, desprendimiento, es decir grandeza, nada tenía que ver con el abuso. Cuando la  Modernidad embistió contra los límites que resistían desde la religión, por ejemplo, sustituida por la razón, la ciencia y la técnica, trinidad con rango casi idolátrico, el liberalismo pasó a significar lo ilimitado.

Don Juan bautizó el diario según su militancia y la fe libertaria de su fervor, identificada en Mitre. Que de porteño cerrado pasó a nacionalista y sus contrarios de federales se asumieron porteños para enfrentarse no como adversarios sino enemigos fieros. Laicismo y clericalismo a veces ciertos y otras pretextos,  alimentaban los diarios. En los 40, el obispo Rodríguez y Olmos,  procuró editar uno para esa lucha de ideas.

Ese 1898 la convención reformadora local propone separar Estado- Iglesia: tema de tan ajeno, extraterrestre. El afrancesamiento armó un zafarrancho.  El Liberal asumió la militancia de su nombre poniendo a prueba el sentido ético personal y republicano de don Juan, que sin saberlo fue  creando un linaje, del que supe recibir testimonios directos. Si Modernidad (y Positivismo) se reputan religiones, hay conflictos. Y creo que, en general, y según conozco, no fue el caso extremo de don Juan y El Liberal.

La muerte de Mitre en 1906 a quien don Juan llamaba “hermano” disolvió al mitrismo y lo dejó en libertad; y  la asonada de 1908 clausurando el pasado militante habilitó una empresa. Que trajinando esta sociedad organiza el primer torneo de futbol en 1909 y propicia la Liga Cultural, don Juan preside el Tiro Federal y el Aero Club, está en la creación de la Federación de Sociedades Vecinales. A su muerte, Emilio Cartier lo destacó en el deporte. 

Y esto de la estirpe surge de una vocación acendrada. Que se hace vida. No es mero título, es una identidad. Figueroa y los Castiglione, sobre todo lo veíamos en José que de aquel aprendió, vivían el diario. “La tinta entra a la sangre”, sentenciaban viejos maestros: se hace latido, y sin duda la pena de las vigilias insomnes se redimen al alba en la paz de la conciencia. Tensa sumersión cotidiana en la cambiante realidad. De mentes abiertas, porque desconectados del pasado nos congela en la niñez, según Cicerón.

 

Jorge L. Borges lo dice:

 

“No soy quien te engendra. Son los muertos

Son mi padre, su padre y sus mayores;

…………………………………….

Y llegan, sangre y médula, a este día

del porvenir, en que te engendro ahora.”[x]              

 

Por la crisis, y a los 65 años don Juan buscó transferir El Liberal a quienes podían continuarlo. Al prolongarse en él, alargaba en el tiempo su estirpe. Que no viene del linaje, sino de las virtudes. Somos, al cabo, sangre de muchas sangres y tiempos sin cuento de edades. El diario, su hijo, era también su padre. Quedaba en él y se iba. Privilegió su obra y trascendió, gesto al que llamamos de grandeza. Los seguirían honrando “los hombres de esta Casa”, que por tales éramos tenidos.

Sombras, ausencias y llantos. Enero, 1929. En la cena, calmo y pausado habló a su esposa y a quienes estaban de sus hijos y sus cónyuges: dejaba el diario. Quería que ElLiberal siguiera. Superado lo ocasional político, y afirmado en tres décadas de trabajos,  privaciones y peligros, lo había trascendido. Cabeza blanca, acentuado el perfil aquilino, enjuto y fibroso, mirada honda, su voluntad cruzó espadas con el destino como encrucijada.

Al llegar a El Liberal en 1949, advertí la presencia de don Juan en los  Castiglione, Bernardino Sayago e Hipólito Noriega; de Enrique Almonacid también iniciado bajo su dirección y de Pedro Vozza Solá, amigo de Enrique, hombre de Crítica primero y de Clarín en esos años; y del viejo José Luna, jefe de armadores, que con el Dr. José, de igual a igual sostenían “peleas” memorables.  

Vivió junto al diario. Sayago dijo que lo despertaba y adormecía la “música” de la rotoplana.  La llegada de su esposa doña Tránsito Martínez, abría la celebración de los aniversarios. La estirpe que fundara,  continuaba en periodistas cuyo natural respeto por las ideas y creencias,  acogió con afecto mi juvenil disidencia. Amilanaba esa casi impaciencia de emulación en una épica cuyo desafío se esperaba, y mientras, se la vivía extremando el decoro intelectual y la honradez de las conductas.

En el ritmo de la impresora fluía la vida, y en la voz y prisa de los canillitas se iba él mismo. El diario envejece cada noche, es amigo que pasa: anoticia, amonesta, comenta, entrega ideas y risas, a veces agrada y otras disgusta, y sigue. Vestido de olvido, desaparece en la primera esquina, guardado se otoña para gozo de unos pocos. Su misterio de taller y fragua, es decir de estrépito y vida (o su morbo), cede a la resignación de no ser aquel que vino.

Lo supe frontal, de una pieza,  sereno, festivo, casi oriental con su cuerpo y el trabajo. “Frente amplia, estrellada, su rostro se ensanchaba en sus pómulos descarnados. Sus ojos de tormenta estaban llenos de relámpagos. Tez pálidamente iluminada, firme nariz de capitán, ligeramente aguileña (…) Cuando yo lo conocí, sus ojos eran dulces, pero ardían en repentinos fulgores”, según Octavio Amadeo[xi]. Atrás quedaron intentos de asesinato: en uno lo hirieron a quemarropa, los duelos aceptados y librados, la cárcel con la que abonó  la libertad del periodismo: su valentía cívica[xii].

Con importantes lecturas en sus memorias la prosa es precisa y correcta. Las ideas al uso lo embanderaban. Se fue haciendo, acomodando creencias y lecturas a la cultura local. Entregado El Liberal el 16 de febrero de 1929, volverá a la política con el partido Reformista en 1930 y, elegido por la Federación de Sociedades Vecinales presidirá el Concejo Deliberante. Las colectividades extranjeras entramaban. El italiano don Francisco Giuliano, quien con molino, lagar y quesería unió el agro con la industria, avaló el traspaso del diario.

Por la crisis, dicen las cartas que he leído, le fue duro guapear al Dr. Antonio que piloteó la empresa, tanto que en 1934 le entrega a don Juan su casa de la Avda. Moreno 469, tasada por el Banco Hipotecario en 40.000 pesos como parte de la deuda y le ofreció un terreno lindero con la casa del Dr. José, en la 24 de Setiembre. Cartas que trasuntan el respeto y admiración de unos y la gentil comprensión del otro, así como la mutua confianza. El precio final no figura.

¿Cuántas ideas, obras, hechos, logros y malogros se debieron al diario como espejo o como tribuna? ¿Qué de las emociones, duelos y albricias, noticias e interpretaciones, iniciativas y desahucios, estímulos y críticas, apoyos y objeciones de sus páginas saltaron al torrente vital? El movimiento cultural de 1920 a 1945 y de 1950 a la fecha, con La Brasa y las universidades incluidas, creo que no hubiese sido igual en su tono, densidad y difusión sin El Liberal.

Esta Academia sabe al fruto de un centenario casal de ideas y acción alargado en la santiagueñidad militante. Bien estuvo para titular de un sitial don Juan, y que un vástago de su estirpe fuese de ahora en más invitado, disculpa mi presencia

El Liberal y don Juan, con los vespertinos La Hora y La Provincia, institucionalizaron  con la jerarquía y tecnología posible al medio el periodismo santiagueño. En la formación del primer círculo de la prensa estuvo don Juan, cuenta Samuel Yussen. Diarios sumados con entusiasta despliegue el homenaje que la provincia le brindó a don Juan, ya enfermo, en setiembre de 1942.

La medianoche del 10 de enero de 1944 en su agonía habló sereno. A sus hijos llorosos les dijo: “todavía no…”, lúcido recibió los sacramentos de la Iglesia y apretó manos pidiendo fuerzas o despidiéndose y exclamó: “…siento una sensación de plenitud…ahora, si…” Contenido en el vacío de alientos en suspenso, inclinó la cabeza y se apagó. El Liberal apuntó: “Falleció con santa serenidad.” Había librado el buen combate[xiii].

El diario La Nación dolido por el amigo, fiel a los idearios de Mitre y su corresponsal durante 35 años, despidió al patriarca del periodismo del interior. En el país, el diarismo y los colegas saludaron a un militante del oficio más lindo del mundo (García Márquez), que se iba condecorado de cicatrices y alta la frente.

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