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FRANCISCO DE VICTORIA - SITIAL DE ARIEL ALVAREZ VALDÉS (H)

FRANCISCO DE VICTORIA - SITIAL DE ARIEL ALVAREZ VALDÉS (H)

 Fray Francisco de Victoria

 Por Ariel Álvarez Valdés (h)

 Un santiagueño fugaz

El personaje cuyo sitial lleva el nombre de Fray Francisco de Victoria, no nació ni murió en Santiago del Estero: es más, sólo residió en esta ciudad menos de tres años. Nada de ello le impide, sin embargo, ser considerado entre las figuras preclaras de esta tierra, tanto por su labor pionera en el ámbito de la fe y de la cultura, como por su notable visión y habilidad política y comercial, que pusieron de manifiesto sus dotes de estadista[1]. En los dos ámbitos dejó huellas inscritas en forma indeleble en las páginas de la historia santiagueña.

 El cuarto obispo, que fue el primero

En 1571, llegó a Santiago del Estero una noticia sorprendente: el año anterior el papa Pío V, mediante la Bula Super Specula Militantis Eclesia, había creado la diócesis del Tucumán, cuya sede será nada menos que Santiago del Estero. Este extraordinario acontecimiento, de gran significado para los piadosos habitantes de entonces, fue celebrado con la fiesta más grande de las pocas registradas en los escasos dieciocho años de su existencia[2]. Y no era para menos: Santiago se transformaba en una ciudad importante... al menos en lo espiritual.

Sin embargo, el primer obispo tardaba en llegar. Uno de los propuestos murió en España antes de embarcarse para América; otro falleció poco después de arribar a Lima; y un tercero declinó el honor. Por fin, cuando la diócesis ya llevaba doce años de espera, arribó su titular: el dominico Francisco de Victoria.

ray Francisco había nacido en Portugal en 1540, de familia española, y muy joven se radicó en el Perú en busca de fortuna. En Lima, luego de múltiples fracasos comerciales, creyó descubrir su vocación religiosa y fue ordenado sacerdote en la Orden dominica. Estando más tarde en Europa como Procurador General de su Provincia ante la Santa Sede y ante el rey de España, lo sorprendió su designación de obispo, dignidad a la que fue consagrado en Sevilla, en noviembre de 1578[3]. Desde allí, mediante un auto, erigió su catedral en Santiago del Estero, a la que un año antes el rey Felipe II le había otorgado el título de ciudad y la había elevado a la categoría de Capital de la Provincia del Tucumán[4].

Cruzó el mar océano una vez más, y en el largo viaje a su sede episcopal, Victoria llegó primero a Lima, en 1580. Desde allí inició otra penosa travesía al sur, a través del Alto Perú. Se detuvo en Potosí para obtener recursos para su diócesis, pues quería llegar a Santiago bien provisto de cosas para las iglesias; participó de la fundación de Salta; y al fin, cinco años después de su consagración, se hizo cargo de la diócesis en 1582. 

 Hambre y miseria

Al llegar a la ciudad, seguramente se dio cuenta por qué uno de los candidatos al obispado no había aceptado su designación, y los otros dos habían preferido morirse antes que hacerse cargo de la diócesis: era un presente griego.

En efecto, el panorama que encontró era desolador: En una relación hecha por Pedro Sotelo Narváez un año después, en 1583 se lee:

 Hay en aquella gobernación al presente cinco ciudades pobladas por españoles llamadas Santiago del Estero, San Miguel del Tucumán, Nuestra Señora de Talvera, Córdoba y otra ciudad de Lerma (Salta) que ha poco se pobló y no se sustenta por no tener fundamento su población. La cabeza destas ciudades y gobernaciones es la ciudad de Santiago del Estero, donde reside siempre el gobernador… Tiene esta ciudad cuarenta y ocho vecinos encomenderos de indios, los cuales se sirven de hasta doce mil indios.

 Por otra parteSalta estaba rodeada de tribus enemigas, y de Talavera el gobernador Barraza decía en 1605: “Esteco está edificada en unos arenales y salitrales malditos. Las casas se caen roídas por el salitre. Tendrá unos cuarenta vecinos”.El resto sólo eran incipientes rancheríos.[5]

La inmensidad de la diócesis, la escasez de  sacerdotes, la falta de recursos y el obstáculo del idioma para comunicarse con las poblaciones indígenas, eran formidables obstáculos con que se iba a encontrar Victoria, los cuales  sin embargo no lo iban a amilanar.

Santiago del Estero había dado vida ya a varias ciudades del Tucumán. Ahora, con Victoria, se iba a poner en marcha su organización religiosa, con la erección de su diócesis, la primera en levantarse dentro de lo que actualmente es la República Argentina, y en ella se iba a establecer su primera catedral que, provisionalmente, fue el templo del convento de La Merced. Aquí se sembró, pues, con Francisco de Victoria, la simiente que formará la personalidad cultural y espiritual de la patria.

 Los enfrentamientos

La acción de Victoria no fue fácil. En su viaje a Santiago se encontró con el gobernador del Tucumán, Francisco de Lerma, en ocasión de la fundación de Salta, encuentro que ya presagiaba el porvenir: “Saludarlo (dice Victoria) y reñir con él fue todo uno”[6].  Los historiadores han señalado a Lerma como uno de los personajes más siniestros de la época colonial, por lo que no es de extrañar que hubiera un conflicto permanente entre estas dos figuras de fuerte carácter, que encarnaban el poder político y el eclesiástico.

El enfrentamiento llegó a su punto máximo cuando Victoria, ante los abusos y libertinajes de Lerma, suspendió los servicios religiosos de toda la diócesis mientras él fuera gobernador. Lerma amenazó entonces con “ahorcarlo de un algarrobo junto con los demás clérigos y frailes”[7]. Victoria aprovechó que debía ir a Lima y salió de la ciudad, con lo que se puso a buen recaudo de las amenazas del gobernador.

El concilio de Lima

            Llegado a Lima, participó en  el tercer Concilio Limense, celebrado entre agosto de 1582 y octubre de 1583, reunido para aplicar en las tierras americanas las disposiciones y decretos del Concilio de Trento. Sus dos principales temas fueron la promoción religiosa y social de los indios y la reforma del clero. El concilio elaboró los instrumentos catequísticos, en castellano, quichua y aymara, que más tarde guiarán la pedagogía evangelizadora para millones de católicos de América del Sur por tres siglos, y redactó normas sobre la formación y conducta de los sacerdotes. En el Concilio, Victoria, que no en vano era Maestro en Teología, supremo grado académico de la Orden dominicana, demostró que estaba perfectamente al tanto del espíritu de Trento, y en varias intervenciones puso en evidencia la energía de su carácter.  

            Durante la asamblea de Lima se puso en contacto con la  Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola en 1534, y trató de conseguir el envío de un grupo de jesuitas a su nueva diócesis. Pensaba que serían los mejores misioneros que podía lograr ya que, pese a su reciente creación, la Orden gozaba de amplio prestigio por la formación intelectual, la disciplina y la ejemplaridad de vida de sus miembros.

Acabado el concilio no se apresuró a regresar inmediatamente a su sede, y prefirió quedarse un tiempo en Lima. Allí, en 1584 decidió redactar su renuncia al obispado, y se la envió al rey de España. En las razones que aducía para ello estaban sus problemas de salud, la enorme extensión de la diócesis, la diversidad de lenguas de sus habitantes y la escasez de los diezmos.

Sin embargo en agosto de 1585 regresó a Santiago para cumplir con sus obligaciones, y si bien la región había progresado económicamente, pues se habían instalado las primeras estancias y molinos de trigo, los hornos de ladrillo, los trapiches y la industria de la miel[8], halló que la situación religiosa seguía tan lamentable como antes. En toda la diócesis sólo había cinco clérigos y algunos religiosos que carecían totalmente de recursos. Con esos frailes poco y nada podía hacer: era necesario contar con nuevos y más capacitados misioneros. Entonces decidió adoptar drásticas soluciones.

 La inculturación del Evangelio

Como los jesuitas solicitados a Lima tardaban en llegar, dispuso enviar una embajada al Brasil para solicitar allí a la Compañía de Jesús un grupo de misioneros. La embajada tuvo total éxito y logró que cinco sacerdotes jesuitas partieran para el Tucumán vía Buenos Aires con un importante cargamento de campanas, hierro, calderas de cobre, peroles para fabricar azúcar y hacienda, pero al llegar el Río de la Plata fueron asaltados por piratas ingleses. Éstos los despojaron de cuanto traían y los tuvieron secuestrados durante casi un mes antes de dejarlos en libertad en la costa bonaerense con sólo lo puesto y luego de someterlos a crueldades y sufrimientos horrendos. Aunque este suceso causó una gran conmoción, trajo sin embargo una consecuencia importante: dejar abierta la posibilidad de una nueva vía de comunicación del Tucumán con el Brasil y España, a través del Atlántico.

La noticia de esta hazaña de Victoria causó asombro en Perú y motivó una serie de críticas para desprestigiar al obispo, puesto que afectaba los intereses comerciales peruanos.

Aunque el obispo del Paraguay, que estaba en Buenos Aires,  intentó desviar el destino de dos de los misioneros a su diócesis, el Gobernador de Buenos Aires los envió a todos con escolta militar hasta Córdoba, donde fueron recibidos a principios de 1587 con júbilo explicable por el Obispo Victoria. A éste lo acompañaban otros dos jesuitas de aquellos solicitados en el Perú durante el concilio limeño y que al fin, en noviembre de 1585, habían llega a su diócesis.

Estos religiosos habían logrado aprender las lenguas nativas, ya que sin su dominio era imposible lograr la evangelización de los naturales de la región, y con este bagaje acababan de realizar con el obispo un largo viaje, iniciado en Córdoba, que abarcó la zona de los ríos Dulce y Salado, los Altos de Aguirre y Sumampa, para terminar nuevamente en Córdoba, a la que arribaron a tiempo para recibir a los sacerdotes que venían del Brasil. Esta primera visita pastoral permaneció largo tiempo en la memoria de los jesuitas por sus extraordinarios frutos religiosos. 

Aunque luego dos de los religiosos venidos del Brasil se marcharon para Asunción por un problema de jurisdicción eclesiástica, el resto se aplicó a la acción misionera.

 La primera escuela argentina

Bajo la inspiración de Victoria, estos sacerdotes jesuitas fundaron a poco de su llegada un establecimiento de alfabetización con el nombre de Colegio del Santo Nombre de Jesús para que pudieran “ser criados los mancebos en ciencia, virtud y letras”.  En él se enseñaba, además de la doctrina cristiana, a leer, escribir y contar, es decir, que fue la primera escuela que funcionó en suelo argentino. Con ella se inició el proceso cultural y educativo de la nación, continuado más tarde por la misma Compañía de Jesús con el Colegio Seminario de Ciencias Morales, en el que se dictaban cursos de Gramática y Filosofía –el equivalente en aquellos tiempos a la enseñanza secundaria-  así como Teología, lo que constituye el primer antecedente de la enseñanza superior en nuestro país. La acción pedagógica comenzada por Victoria se prolongaba así a través del tiempo.

 Desarrollismo avant la lettre

Para todas estas actividades religiosas y culturales se necesitaban recursos, y Victoria era un hombre de iniciativas. Su misión al Brasil había demostrado la viabilidad de la ruta del Tucumán al Atlántico a través del Río de la Plata, por lo que tuvo una idea por entonces revolucionaria: decidió desviar el comercio haciéndolo por el sur.

Hasta este momento todo el intercambio mercantil se hacía hacia el norte,  utilizando carretas por un camino que, saliendo de Santiago del Estero, pasaba por Esteco, los valles de Salta y Jujuy, y llegaba a la Quebrada de Humahuaca. Allí, las carretas, que sólo podían andar en terreno llano, se hacían inútiles, por lo que desde este punto la mercadería era llevada a lomo de mulas hasta el Alto Perú.

Victoria, en cambio, pensó en el camino raso que había hasta Buenos Aires y la salida marítima. Cargó, pues, carretas con frutos de la tierra y artesanías de las incipientes manufacturas santiagueñas recibidas como diezmos y emolumentos, y las envió hasta la ciudad de Garay. Allí las mercancías fueron embarcadas en la carabela San Antonio fondeada en el Riachuelo, que hacía las veces de puerto de Buenos Aires, con rumbo a Brasil, el 2 de setiembre de 1587. Era un cargamento de sombreros, frazadas, lienzos, lana, pieles de cabra curtidas, costales y cubrecamas elaborados en los telares criollos, y bolsas de harina producida en Santiago del Estero. Con su venta esperaba obtener los recursos para adquirir ornamentos y vasos sagrados para las iglesias y para el sostenimiento de sus religiosos. De esta manera se inauguraba una nueva vía de comunicación con España (de lo que siempre se enorgulleció el Obispo), más directa de la que hasta ese momento se hacía, navegando por el Atlántico hasta Panamá, y de allí, por el Pacífico, hasta Lima.  Aunque la expedición no tuvo éxito por haber naufragado la nave, este viaje cargado con las primicias de la producción santiagueña demostró la factibilidad de la nueva ruta de comercio. El hecho tuvo tanto significado, que todos los años en la Argentina se conmemora el 2 de septiembre como el Día de la Industria, precisamente para recordar esta empresa visionaria.

            A partir de aquel primer embarque que abrió el puerto de Buenos Aires, el tráfico con el interior se incrementó notablemente y trajo prosperidad para estas apartadas regiones. Años después la iglesia mayor de Córdoba y otros templos podían gozar de las rentas dejadas por los afanes comerciales del prelado. Al respecto, el sucesor de Victoria, el obispo Trejo y Sanabria, decía en 1607 que la catedral de la diócesis todavía se estaba edificando con los recursos que había dejado aquél[9].

 La partida del Obispo         

            Mientras tanto, en 1584 el gobernador Lerma había sido depuesto, debido a sus excesos; luego fue apresado, procesado en Charcas, Santiago del Estero y Madrid, y terminó con sus huesos en una cárcel, donde murió. Su sucesor fue el ilustre Juan Ramírez de Velazco, que se hizo cargo de la gobernación en 1586.

Como era de esperar, se generaron renovados conflictos entre Victoria y el nuevo gobernador, por lo que, desesperanzado aquél de poder seguir desplegando sus energías en nuevos proyectos, decidió abandonar la diócesis.

En 1587, el obispo Victoria viajó al norte con sus haciendas, sacerdotes e indios,  y permaneció en Potosí hasta 1590. Regresó ese año a Santiago, pero permaneció sólo una decena de días, en los que tuvo tiempo para excomulgar a Velazco. Luego partió para Córdoba, donde también tuvo un conflicto con las autoridades civiles. De allí pasó a Buenos Aires, se dirigió al Brasil y más tarde a España por la ruta que él había abierto hacía un lustro, para gestionar que le aceptaran su renuncia presentada en 1584. Nunca lo logró, pues la muerte lo sorprendió mientras residía en el convento dominico de Nuestra Señora de Atocha, en Madrid, en 1592.

 Los platillos de la balanza

Un hombre de genio tan bravío como el de Victoria le hizo ganar en vida no pocos enemigos, que fueron tejiendo sobre él una leyenda negra, incrementada con el paso del tiempo. Esa leyenda negra fue iniciada por el funesto Lerma, quien aún antes de conocerlo escribió al Rey para desprestigiarlo. El obispo era portugués y de sangre judía, lo que en esa época se consideraban antecedentes suficientes como para que se lo mirara con recelo.

Sin embargo, nunca se dijo nada negativo de su vida personal. Al contrario, el P. Lozano decía de él: “Es persona de mucha honestidad y limpieza y tan casto que hasta hoy no se ha sabido cosa en contra de esto”[10]. Jamás se puso en duda tampoco su sólida fe ni su versación en temas religiosos. Las críticas de los primeros historiadores,[11] así como de algunos autores modernos[12], se centran sobre todo en sus emprendimientos comerciales para acusarlo de codicia. Pero no hay duda que esas empresas tenían como objeto la obtención de fondos para las obras de su diócesis y el sustento de sus sacerdotes, ya que él siempre vivió en la mayor austeridad. La supuesta codicia de Victoria, dice Sierra, “sólo fue vitalidad desbordante de un hombre superior a la aplastante mediocridad del medio en que le cupo actuar”[13].

Otros basan sus imputaciones en la denuncia que le hizo el gobernador Ramírez de Velazco, quien lo acusó de contrabando en sus empresas comerciales. Pero esta acusación es sospechosa y poco objetiva, ya que ambos eran acérrimos enemigos. Quizás no tenía en lo personal auténtica vocación de misionero, pero consiguió para esa tarea a los mejores hombres de la época, y se preocupó no sólo de la vida espiritual sino de la educación de sus fieles. Y con gran visión de futuro intentó el desarrollo económico de Santiago abriendo una nueva ruta para el comercio a través del Atlántico. Si Victoria hubiese sido gobernador en vez de obispo –dice Levillier- habría lanzado a la provincia a las más audaces y fecundas iniciativas comerciales[14].

A pesar de haber tenido una estancia tan breve en Santiago del Estero, y más allá de los defectos que pudieran señalársele, Francisco de Victoria merece ser considerado uno de los que plantaron los fundamentos de la fe, la cultura y el desarrollo de esta región. Por lo tanto, parafraseando al poeta santiagueño, podemos decir también que fue uno de los forjadoes de “los cimientos de la Patria /, que allá por mil quinientos, / comenzó con Santiago a ser Nación”[15].

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